Hace 23 años, cuando Daisy Celina Rocero llegó a vivir al barrio de San Miguel, uno de los más afectados por las inundaciones de Mocoa, éste prácticamente no existía.
Las casas comenzaron a aglomerarse en los años 90 porque los alquileres son baratos y hay espacio, pero las amenazas de avalancha, como la que dejó el sábado al menos 262 muertos y 200 desaparecidos, son constantes.
Ayer se cumplieron tres días del desastre que provocó inundaciones al sur de Colombia y las autoridades han empezado a entregar a los sobrevivientes los cuerpos de sus familiares.
Daisy estaba casada con un militar que velaba el cuerpo de su mujer el lunes por la mañana y creció en una familia de desplazados por el conflicto armado de más de medio siglo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Ocho meses atrás los alertaron y corrieron todos a subirse a una loma”, dice Daniel de Jesús Jiménez, de 32 años. “Yo no quería irme a vivir por allá porque las casas son muy malas”, agrega Jiménez, quien no regresaba a su hogar desde que obtuvo permiso de Navidad. Mientras tanto, en su ausencia, su esposa y su hijo vivían con la suegra. El niño de tres años se salvó del alud.