Por Eugenio Taveras
Las bebidas alcohólicas, todas, resultan gratificantes y no cae mal, a nadie, una copa del líquido enervante, pero cuando el paladar se hace cómplice del placer que se siente al ingerir cualquier tipo de bebida donde esté envuelto el monstruo alcohol y la alegría se encarga de dar continuidad al doblaje del codo, provocando comportamientos anormales e inadecuados en el individuo, hay que comenzar a tomar medidas, urgentes, porque la inminencia de convertirse en un bebedor problema y llegar a sucumbir en las garras certeras del rey alcohol, están al doblar de la esquina.
El paso más difícil para todo humano que ingiere bebidas alcohólicas, de forma descontrolada, es reconocer el problema. La explicación tiene sus raíces en que el alcoholismo es la enfermedad de la negación y nadie, absolutamente nadie, admite el daño que provoca en su organismo de manera lenta, progresiva, segura y fatal, y, por ende, el daño que ocasiona, en proporción mucho mayor, a las personas que rodean al bebedor problema: esposa, hijos, padres, vecinos, amigos, entre otras; porque aunque parezca contradictorio, en estado sobrio, en la mayoría de los casos, resulta provechoso compartir con él, pero cuando entran en acción los efectos del alcohol, se convierte en insoportable, imprudente, indeseable, y en todo lo que menos desea en condiciones normales.
Es por esta razón que al otro día de una borrachera siente una vergüenza real, pero pasajera, debido a que al ser paciente de una terrible enfermedad, repite la escena en la próxima juma, situación que se convierte en un círculo vicioso hasta el zarpazo final.
El bebedor problema no tiene entendimiento, no le oye a quienes desean ayudarlo, porque precisamente es un enfermo. Las familias que tienen bajo su techo un individuo que materializa escenas desagradables cuando ingiere bebidas alcohólicas no deben catalogarlo de sinvergüenza, rastrero, vagabundo, loco gusano y demás epítetos de mal gusto, no, es simplemente una persona enferma que, cuando hace contacto con el alcohol no puede para hasta llegar a la inconciencia, debido a que es un mal sicosomático -más de la mente que del cuerpo- y la ciencia no ha podido encontrar solución al mismo.
Los enfermos alcohólicos tienen en común la siguiente descripción: se creen más hombres que todo el que le rodea, incluyendo los policías, pero estropeado porque siempre le dan; tiene dinero, tierra y fortuna y, sin embargo, se lo está llevando el diablo y a la familia el demonio. Hace buenos regalos a todo el que le limpia el saco, mientras la esposa y sus hijos están pasando las de Caín.
La invención de mentiras que ni el mismo se las cree, es característica visible en una persona, hombre o mujer que incursiona en el mundo del alcoholismo; por ejemplo: siempre llega a la casa sin un centavo, con la triste historia de que no ha cobrado o que el jefe no pagó, cuando la verdad es que ya se ha chupado y regalado el contenido del sobre o el cambio del cheque.
Maltrata a todo el mundo el día anterior y al otro día no recuerda nada, debido a que el avance de su enfermedad lo está llevando a tener lagunas mentales y amnesias, lo cual le hace perder la noción de tiempo y espacio, borrando todo lo acontecido a su alrededor durante la borrachera, llevándolo, además, a cometer errores que sólo recuerda cuando está en la cárcel o en el hospital y cuando no, en medio de una sala con cuatro cirios encendidos, bien vestido y maquillado, pero en silencio.