Miami (EE.UU.), 23 may (EFE).- La temporada de huracanes en el Atlántico, que comenzará en menos de diez días, podría ser extremadamente activa, según el temor expresado hoy por expertos estadounidenses y que coinciden con las predicciones realizadas por diversos organismos. La Administración Nacional de Océanos y Atmósfera de EE.UU. (NOAA) difundió este jueves sus previsiones de cara a la temporada de la cuenca atlántica, que comienza oficialmente el 1 de junio y que mantiene en vilo durante seis meses al año a buena parte del Caribe y sureste estadounidense.
Se espera que las condiciones oceánicas y atmosféricas en la cuenca atlántica produzcan este año más huracanes y más fuertes, advirtió Gerry Bell, del Centro de Predicción Climática de la NOAA.
En una rueda de prensa desde Washington y retransmitida por teleconferencia añadió que “no hay factores atenuantes a la vista que vayan a reducir el nivel de actividad” ciclónica, por lo que “todo hace prever que será una temporada muy activa”.
Entre junio y noviembre, ambos incluidos, se podrían generar en el Atlántico entre 13 y 20 tormentas tropicales, que son las que, entre otras características, alcanzan vientos superiores a 63 km/h y son bautizadas por los expertos con un nombre propio para facilitar su seguimiento y vigilancia.
De entre ellas, la NOAA calcula que hay un 70 % de posibilidades de que entre 7 y 11 aumenten su fuerza hasta convertirse en huracanes (a partir de vientos de más de 119 km/h) y entre 3 y 6 alcanzarían categorías superiores (de 3, 4 o 5 en la escala de Saffir-Simpson, a partir de 178 km/h).
De cumplirse estos pronósticos, la temporada será claramente más activa de lo normal (12 tormentas tropicales, 6 huracanes, 3 de categorías superiores).
Los factores que hacen temer a los científicos estadounidenses que esta temporada sea “muy activa o extremadamente activa” son que el agua en el Atlántico tropical y el Caribe está registrando temperaturas superiores a lo normal y que es previsible que este año no se desarrolle el fenómeno de El Niño, que tiende a limitar la formación de huracanes.
A ello se suma la fortaleza del monzón en África occidental, considerado responsable de la etapa actual de alta actividad de huracanes en el Atlántico, que comenzó en 1995.
Aunque la mayor preocupación radica en la formación de huracanes de categorías superiores, Kathryn Sullivan, administradora en funciones de la NOAA, recordó en la conferencia que una tormenta tropical o un huracán de baja categoría también pueden tener efectos devastadores, no sólo en las zonas costeras.
“Como vimos de primera mano con ‘Sandy’, es importante recordar que el impacto de las tormentas tropicales y huracanes no se limita a la costa. A menudo los fuertes vientos, las lluvias torrenciales, las inundaciones y los tornados amenazan también a las zonas interiores, lejos de donde la tormenta toca tierra”, explicó.
A finales de la temporada pasada, “Sandy” causó la muerte directa de al menos 147 personas, 72 de ellas en EE.UU. pese a que cuando tocó tierra en este país ni siquiera tenía ya categoría de huracán.
Aún así, fue el ciclón más letal sufrido en este país en los últimos 40 años y el segundo más costoso, tras “Katrina”, con unos 50.000 millones de dólares en gastos. En abril se acordó su retirada de la lista de nombres de futuros huracanes.
Además, el Servicio Nacional de Meteorología de EE.UU. ha cambiado su sistema de alertas para evitar el desconcierto ocurrido el año pasado con “Sandy”, del que se dejaron de enviar alertas cuando perdió su categoría de fenómeno tropical, justo antes de tocar tierra en el noreste de EE.UU.
“El inicio de la temporada de huracanes es un recordatorio de que nuestras familias, empresas y comunidades deben estar preparadas para la próxima gran tormenta”, dijo Joe Nimmich, de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés).
A comienzos de agosto, justo antes de que comience el periodo de máxima actividad de la temporada de huracanes, la NOAA actualizará sus previsiones, para facilitar así que la población se prepare.
Entre las recomendaciones básicas para quienes viven en zonas de peligro siempre figuran contar como suficiente agua y comida como para subsistir durante tres días, tener preparado un plan de evacuación y contar con métodos de comunicación para estar en contacto con familiares o conocidos y para acceder a información de las autoridades locales.