Debemos confesar que aunque la “Sanky Panky” original no nos gustó, de todos modos estaba (y sigue estando) en lo que se refiere a calidad cinematográfica por encima de varios bodrios exquisitos que la precedieron y muy por encima de muchos otros que luego aparecieron en el muy vapuleado género de la comedia.
Pero, como apunta Pachico en este mismo diario, y cito: “Las segundas partes…”. No tuvo que escribir mucho más porque todos o casi todos quienes andamos metidos en asuntos de cine sabemos lo que apuntar algo así implica: Nunca segundas partes fueron buenas, con muy escasas excepciones que incluso él, Pachico, menciona.
La presente comienza y no bien aparecen algunos nombres surge el primer “video clip” para “animar a la audiencia”, pensamos.
Luego aparecerán otros dos, el segundo de los cuales está tan metido a la fuerza que no nos explicamos su larga insistencia. En medio de los dos primeros aparece un formidable comercial: manzana, mango, coco, palabras para enseñar a las chicas italianas a hablar español y, a seguidas: ¡batería! Por qué batería, se preguntarán, si no es una palabra común del idioma. Pues, simple, para levantar la tal batería y mostrar su maravillosa marca comercial. Burdo el asunto. Pero nada de eso nos hubiera importado un pepino si, por lo menos, la historia, original de su director, José Enrique Pintor, tuviera algo de sentido, ya que no podemos pedir que posea belleza, profundidad, elegancia, gracia o algo por el estilo, sino por lo menos algo de sentido común.
Pero ya lo dijo alguien hace mucho: el sentido común es el menos común de los sentidos, y lo que nos cuenta de principio a fin en este film (comedia) de una hora y 49 minutos que nos hicieron retorcernos en la butaca del Bella Vista no menos de dos docenas de veces es tan destartalado y mostrenco que da pena.
El personaje de Genaro, que en el film inicial tenía cierta gracia porque estaba en lo que le gustaba y necesitaba para salir de su crisis económica consuetudinaria, oscila entre una y otra chica sin decidirse jamás, pero siempre apasionado por la que en turno le tocara. El gerente del hotel (comercial reiteradísimo) permite que su establecimiento sea una especie de relajo perpetuo con todo el “cast” metido de cabeza en el lugar ocupando habitaciones, comiendo y hasta alojándose en su propia casa. El “mafioso” italiano anda con la esposa, las hijas y su madre, pero se la pasa rodeado de ninfas a su servicio, y desde el principio habla de su propósito de asesinar a todos para quedarse con la fortuna… y eso incluye al gerente del hotel y a Genaro; si alguien logra explicarnos el porqué de tal decisión debe ser más mago que Mandrake. Y el trato final de Genaro con Don Benito incluía, se entiende por lo que vemos, el sacrificio de su amigo del alma Carlitos. Por supuesto, si quisiéramos hacer un examen exhaustivo de los dislates que desfilan raudos por este film tendríamos que ocupar no sólo está parte de nuestra página sabatina sino esta completa y el sábado próximo. Lo único que salvamos en esta comedia, salvo un par de chistes, es la labor fotográfica de Elías Acosta, muy a pesar de un par de tomas en picado que no tenían más propósito que el adorno para llamar