Camina lento, por momentos zigzaguea sobre el asfalto que hierve. Marisol Hernández, de 23 años, dice sentirse mareada pero decidida a que su hijo nazca en unos seis meses en Estados Unidos.
Marisol, que atendía una tienda de ropa, decidió unirse al kilométrico contingente de personas que huyeron de la violencia y la pobreza en Honduras para solicitar refugio en el país más poderoso del mundo.
Tomó la decisión cuando “los mareros” mataron a su esposo “de un balazo en la cien” hace dos meses, en la puerta de su casa, cuando volvía de una construcción en la que era albañil. “Se negó a trabajar como extorsionador”, rememora.
Al día siguiente recibió amenazas de que seguía ella. No quiso investigar si los verdugos de su esposo sabían de su embarazo.
Durante las últimas dos semanas ha dormido en el piso, no siempre bajo techo, y ha caminado unas 10 horas por día, cuando no logra montarse en camiones que llevan gratis a los migrantes unos kilómetros.
– Momentos de duda –
Al recorrer una empinada curva de la comunidad de Las Arenas, del municipio de Arriaga, Marisol -que dejó a dos hijos con su abuela “porque apenas les puedo dar de comer”- confiesa que a veces piensa en claudicar.
“Por momentos quiero regresarme (a Honduras) porque creo que ni yo ni el niño (que espera) vamos a soportar” el trayecto hasta Estados Unidos, dice casi murmurando mientras descansa de los varios kilos que pesa su maleta.
Como ella, hay decenas de embarazadas en la caravana de migrantes que ahora recorrerá un trayecto más largo.
El pasado viernes, el grueso de los indocumentados votó en Arriaga a favor de hacer una escala en Ciudad de México para pedir un documento que les permita transitar libremente en el país.
Ese giro los sacará de la autopista que bordea el Pacífico mexicano y llega hasta Baja California, fronteriza con el estado estadounidense de California.
Marisol recupera paulatinamente fuerzas. Desea que su tercer hijo “sea norteamericano”. Sueña con que sea “licenciado en algo, pero que estudie, que hable inglés, que sepa de computación y esas cosas”.
Cree que esa es la clave para que su hijo esté lejos de “los parásitos”, como llama a los pandilleros de su país que suelen reclutar gente bajo amenazas de muerte desde que son niños.
– En México, no –
También tiene claro que no quiere quedarse en México, pese a la oferta que hizo el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, porque la condicionó a que soliciten refugio y permanezcan en los empobrecidos y mayoritariamente indígenas estados de Oaxaca y Chiapas.
“¡Sería igual que vivir en Honduras!”, espeta antes de reincorporarse a la caravana que por unos momentos se detuvo en un retén policial.
La ONU estima la caravana ha sumado unos 7.000 personas la gran mayoría hondureños, pero los coordinadores estiman que son ahora unos 4.000.
Tampoco se sabe cuántas embarazadas hay en el contingente, pero Marisol dijo que había escuchado a médicos voluntarios sumar 42.
“Sí hemos visto bastantes personitas embarazadas pero no se están acercando todas. Parece que tienen desconfianza, tal vez piensan que las vamos a llevar con los de migración”, comentó Julio Mendoza, de 33 años, integrante de las brigadas médicas nazarenas, en el poblado de Huixtla.
Julia Martínez, enfermera que repartió vitaminas entre las mujeres que salieron de un consultorio improvisado, dice que ha visto embarazadas de “12, 15, 30 semanas de gestación”.
– “¡Ayúdenla, está preñada!” –
Delmer Roxana Martínez, una delgada salvadoreña de 29 años también está embarazada y viaja con su esposo, primo e hijo de tres años,
“¡Ayúdenla, está preñada! Necesita hacer una llamada para encontrar a su esposo” que perdió de vista durante una de las escalas.
Junto a un taller mecánico sobre la carretera, Delmer, que trabajaba como cocinera, espera a su esposo: está segura de que lo encontrará.
“Dios sabe que no es por la ambición”, pero “sería un beneficio para la familia” que el hijo que tiene tres meses de gestación nazca en Estados Unidos, dice Delmer, que dejó otra hija de 9 años en San Salvador.
Por una calle de Jijijiapan, otra de las paradas de la caravana en Chiapas, Stephanie Guadalupe Sánchez, adolescente de 15 años, camina con dificultad con su vientre de 7 meses de embarazo.
“Yo quiero un buen trabajo y un futuro para mi hijo. Tendría mejor vida si vivimos allá en Estados Unidos”, alcanza a decir esta negra antes de cortar la conversación para encaminarse a su casa temporal, un pequeño espacio en la plaza del poblado.