Cierto, y lo decimos antes de que salgan otros a decirme que no lo dijimos: “¿Quién manda?” es una comedia romántica de fórmula. O sea, desde que el cine es cine, se están haciendo comedias tomando como base una simple formulita que fue “explicada” o definida por un crítico norteamericano: “un chico conoce a una chica; ambos se enamoran, luego, por alguna razón que puede y debe variar, se separan, pelean; pero, al final, se reconcilian”.
En este filme de Ronni Castillo, esa es la fórmula que se aplica, esa es la fórmula que repite el guionista, Daniel Aurelio.
Ahora bien, repetir una fórmula no implica, necesariamente, que el producto de esa aplicación sea ni bueno ni malo, sino simplemente eso: que se asienta en ella y, de esa manera, se han hecho durante todos estos años del cine muchísimos disparates y unas cuantas excelentes y hasta geniales películas.
Y, ahora que vemos “¿Quién manda?”, nos percatamos de que, por encima de la fórmula, la comedia funciona. ¿Cuál es la diferencia para apreciar que esta vez es interesante y otras no? Pues, por una parte, que se crea una evidente química entre sus protagonistas: Frank Perozo como Alex y Nashla Bogaert como Natalie funcionan a la perfección, ambos se mueven y reaccionan como peces en el agua con sus personajes.
Por supuesto, eso funciona también porque esos personajes poseen vida propia, no han sido creados, diseñados como meros muñecos de trapo, y porque la historia, creada ex profeso para ellos, se hace interesante, fíjense, muy a pesar de que sabemos que suena con los mismos sonidos de otras comedias románticas que hemos visto.
¿Cuál es la muy ligera diferencia entre esta y otras parecidas? Pues, aunque ligera, existe; tanto Alex como Natalie no son simples pedazos de carne bien presentados que se enamoran de algún otro pedazo parecido, por el contrario, ambos poseen una idea fija en relación a la relación amorosa, una idea que es la misma: ambos buscan el contrario perfecto, algo que, o no existe en la realidad de la vida, o debe ser muy difícil de encontrar.
Decididamente, cuando termina el filme usted sabe que esa perfección no existe, pero ha experimentado, como espectador, una agradable sensación al observar lo que sucede entre ambos enamorados.
La historia de Daniel Aurelio es algo diferente dentro de la comedia románica y su fórmula, pero no es nada del otro mundo ni llega a ser original, pero, de todos modos, satisface.
Ahora bien, lo que realmente distingue este film, aparte de sus protagonistas (y tal vez un asomo del mejor Cuquín Victoria), es que ese joven debutante, Ronni Castillo, maneja la historia con mano firme, logrando que fluya con elegancia, con naturalidad, sin desviaciones, sin tropiezos, de principio a fin. A ese joven que no conocemos, le felicitamos y esperamos siga adelante, porque es, como reza el cliché; toda una joven promesa.