Por Amable Grullón.
Algunas ciudades sacan grandes ventajas de sus centros históricos, su patrimonio cultural y todo lo que una ciudad antigua puede brindar al turismo y a sus ciudadanos.
En el caso de Santiago, aunque con gran potencial para eso, resulta casi impensable la idea a juzgar por los elementos contrarios.
Lo primero es que el centro de la ciudad está prácticamente a oscura, en un momento en que prolifera la delincuencia.
Es impensable tratar de ofertarles a los turistas nacionales y extranjeros alguna opción en medio de un cuadro tan desolador como ese.
Las calles del centro de la ciudad se van quedando sola con las horas de la noche y a lo que más se asocia esa tiniebla “es a la boca de un lobo” como se dice en buen dominicano porque aventurarse por ella es exponerse a lo peor.
Otra gran barbaridad asociada a esto, o en perjuicio, es la destrucción de gran parte de las casas antiguas, que forman parte del patrimonio cultural de la ciudad.
Casas que bien pudieran ser pequeños restaurantes, bares, centros de ventas de artesanías y otros han sido destruidas o abandonadas.
Santiago puede sacar múltiples beneficios del rescate real de su centro histórico, no solo para el comercio existente, sino también para el emergente, con sus consecuentes actividades y dinámicas comerciales y laborales.
Pero todo eso supone que las instituciones funcionen y se les ofrezca más opciones que abandonar la viviendas o derrumbarla para convertir en parqueos.
Ese supone que se deben mejorar los servicios de iluminación y limpieza. Supone una mejor vigilancia que ayude a garantizar la seguridad de los que entren allí para aprovechar una vida nocturna en el centro histórico de Santiago.