Puertos vacíos, ruinas tristes y multitud de policías fuertemente armados era la imagen desoladora que hoy presentaban los principales lugares turísticos de Túnez, 48 horas después del cruento ataque al Museo del Bardo, en el que murieron 23 personas, 20 de ellas turistas extranjeros.
La estampa habitual de cualquier mañana de marzo, inicio de la temporada alta de cruceros en Túnez, era la de los muelles plagados de grandes barcos y multitud de turistas de todo el mundo alegres en un relajado ir y venir por las escalerillas.
Agraciado con unas ruinas fenicias, cartaginesas y romanas únicas, un museo de mosaicos sin igual en el norte de África y fama de sociedad árabe vibrante, moderna y abierta, la escala de dos días era una de las más esperadas por los viajeros.
Apenas 48 horas en las que deleitarse con el espectacular paisaje blanco y azul de Sidi Bu Said, soñar con la hazaña de Aníbal, gastar euros en productos artesanos en el zoco de la ciudad y disfrutar de una cerveza al atardecer.
“Ya no queda nada de esa alegría. Es muy triste”, explicaba hoy a Efe el hombre que regenta el bar de las termas de Antonio, una de las más visitadas, y en la que en las semanas anteriores las armas eran algo que solo se intuía en los cinturones de los escasos policías que las vigilaban.
Ni un cliente en su mesa, nadie merodeando en las tiendas de recuerdos, casi todas cerradas.
Tampoco en las vecinas ruinas cartaginesas, abiertas al Mediterráneo junto al palacio presidencial, ni en las empinadas calles adoquinadas de Sidi Bu Said, escenario de románticos ocasos en el mar al calor de té verde con piñones, desoladas desde el trágico atentado.
Este se produjo la mañana miércoles cuando un joven de unos veinte años armado con un fusil abrió fuego contra un grupo de turistas hispanohablantes que viajaban en un barco y se hallaban en un autobús en el parking del museo El Bardo, el más importante de Túnez.