BRASILIA (AP) — Un año atrás Brasil aparecía en el escenario mundial como el país de moda: había resistido los embates de la crisis global con pocos daños, su economía crecía, había pleno empleo y se preparaba para organizar el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Pero una ola de protestas desatadas en Sao Paulo por un pequeño aumento en el valor del pasaje de autobús sacó al gigante sudamericano de su ensueño y puso de relieve la profunda insatisfacción de la sociedad con el rumbo del país.
El mensaje le llegó de manera alta y sonora a la presidenta Dilma Rousseff el sábado durante la apertura de la Copa de las Confederaciones en Brasilia, cuando una multitud de entre las 67.000 personas en el estadio la abuchearon.
El lunes las manifestaciones alcanzaron su punto culminante desde el inicio de las protestas la semana pasada cuando al menos 250.000 personas en 12 ciudades salieron a las calles sin líderes identificables ni una agenda pero unidas por un sentimiento común de insatisfacción.
La presidenta Dilma Rousseff, quien en su juventud militó en un movimiento guerrillero que combatió a la dictadura, defendió las marchas y aseguró que su gobierno escucha las voces disonantes.
“Quiero decir que mi gobierno está oyendo esas voces por el cambio. Mi gobierno está empeñado y comprometido con la transformación social”, sostuvo la gobernante en una ceremonia de lanzamiento del nuevo marco regulatorio de la minería.
“Brasil despertó hoy (martes) más fuerte. La grandeza de las manifestaciones de ayer comprueba la energía de nuestra democracia, la fuerza de la voz de la calle y el civismo de nuestra población. Es bueno ver a tantos jóvenes y adultos juntos con la bandera de Brasil, cantando el himno nacional y diciendo ‘con orgullo soy brasileño’ y defendiendo un país mejor”, agregó Rousseff.
La mayoría de las marchas fueron pacíficas, con brotes de violencia en las ciudades de Porto Alegre, Belo Horizonte y Rio de Janeiro, donde un pequeño grupo causó destrucción en bancos e intentó invadir la sede de la Asamblea Legislativa estatal.
Fue el mayor movimiento de protestas en Brasil desde 1992 cuando el pueblo salió a la calle a pedir la destitución del entonces presidente Fernando Collor bajo denuncias de corrupción.
“El clima de insatisfacción en el país es muy grande, no se producen 12 manifestaciones simultáneas en un país a no ser que exista un catalizador”, comentó a The Associated Press el analista político Alexandre Barros, de la empresa de análisis de riesgos Early Warning.
A su juicio, hay una expectativa de ascenso social que se ha visto frustrada después de una década en la que 40 millones de personas salieron de la pobreza y emergieron a la clase media pero que ahora encuentran dificultades para sustentar sus aumentos de consumo debido a un escaso crecimiento económico, que en 2012 alcanzó 0,9%, y una inflación superior a la esperada por el gobierno.
“Los brasileños estaban en una curva ascendente bastante acentuada, estaban mejorando de vida, tenían más crédito, compraban más cosas, tenían acceso a internet y televisión por cable que antes no tenían. Ahora la gente ve que el futuro no está tan claro, no consiguen pagar la mensualidad de la moto que compraron o de su televisor de pantalla plana y el arroz está más caro”, comentó Barros.
La chispa que desató el movimiento fue un aumento de 10 centavos de dólar en el pasaje de autobús en Sao Paulo pero que se propagó al resto del país por diversos motivos, incluyendo reclamos por la mala calidad de la educación y de la salud pública.
En Brasilia, las protestas realizadas el viernes y sábado rechazaron el alto costo de los preparativos para la Copa de las Confederaciones que se realiza en el país sin que el ciudadano común tenga acceso a los partidos por el elevado valor de las entradas.
“Hace mucho que los brasileños no dejamos nuestra zona de comodidad para decirle a nuestros gobernantes que no estamos contentos con la forma en que están las cosas. Pagamos muchos impuestos y a cambio tenemos servicios malos, hospitales malos, educación pésima y el transporte público es un horror”, dijo la funcionaria pública Maria do Carmo Freitas el martes en Brasilia.
Un día antes, 10.000 personas se congregaron a protestar frente a la sede del Congreso en Brasilia, con algunos centenares que subieron al techo del principal edificio legislativo en una protesta mayormente pacífica en la que la policía se mantuvo al margen, controlando al grupo pero sin intervenir.
“Nada de lo que ocurre es aleatorio, existe organización y aspectos políticos envueltos en este proceso. El año entrante tendremos el Mundial de fútbol y elecciones, las manifestaciones de insatisfacción van a ser recurrentes”, anticipó Nelson Goncalves, profesor de seguridad pública de la Universidad Católica de Brasilia.
Ello explica que los abucheos a la presidenta Rousseff coincidan con el momento de las protestas.
“La inflación está volviendo, el prometido crecimiento económico no llega, la producción industrial cayó y la tasa de desempleo, que continúa baja, en algún momento va a empeorar. Para quien abucheó, el gobierno no ha tenido un buen desempeño”, opinó el analista político Ricardo Caldas, de la Universidad de Brasilia, citado por el diario Correio Braziliense.
Dos encuestas divulgadas la semana pasada antes de las protestas dieron cuenta de un declive marcado en el respaldo al gobierno de la presidenta Rousseff.
En una de ellas, de la consultora Datafolha publicada por el diario Folha de S. Paulo, la aprobación del gobierno alcanzó 57% este mes desde 65% en marzo. La encuesta se realizó los días 6 y 7 de junio entre 3.758 personas y tuvo un margen de error de dos puntos porcentuales.