En medio de una crisis de valores que se ha convertido en un azote muy peligroso para el colectivo en general, hasta el punto que conmueve, entramos en el asueto de esta semana ante un panorama que nos invita a reflexionar sobre el poderoso y sublime mensaje de la muerte y resurección de nuestro Señor Jesucristo, señalado en la Palabra de Dios como el deseado de toda la gente.
No es asunto exclusivo de nuestro país, es un fenómeno que ha extendido sus garras hacia el concierto de naciones del mundo, cosa que parece sucio difícil de arrancar, y hay preocupación en el alba de la globalización, no es para menos.
Dios se pronunció por medio del salmista para hablar a la nación de Israel acerca de personas que engañan a los pueblos, que maltratan al prójimo, habla inclusive de gobernantes corruptos que se burlan de los demás, de necios que profesan ser sabios para timar a la gente, de jueces que promueven impunidad, de personas que utilizan la ley para cometer agravios, y que usan la autoridad para aplastar y afligir, de seres humanos que cometen atropellos contra los débiles, entre otras cosas.
Meditando en todo esto, y pensando que Dios es Dios de paz y amor, reflexionemos en las horas que nos brinda esta semana, en qué podemos aportar todos los dominicanos para acercar ese amor y paz a la familia, que la parentela nacional encuentre en el Señor Jesucristo su más alto escondite y roca de refugio, como el salmista construyó en Jehová su concordia y armonía cuando era perseguido por gente llena de malicia y amargura, así también el país se levantará, y por medio de la fe en Cristo, nos abrazaremos todos para celebrar la victoria por haber alcanzado la sociedad que merecemos.
Comparto contigo la descripción de la persecución y sufrimiento de un ministro de alabanza, que encontró en Dios tiempos de refrigerios y paz al abandonarse en los brazos de su Padre Celestial:
1-2 Dios mío,
tú eres el juez de la tierra;
¡hazte presente,
entra en acción,
y castiga a los culpables!
¡Dales su merecido a los orgullosos!
3 Dios mío,
¡basta ya de malvados,
basta ya de sus burlas!
4 Todos ellos son malhechores;
¡son unos habladores y orgullosos!
¡Se creen la gran cosa!
5 Aplastan y afligen
a tu pueblo elegido:
6 matan a las viudas,
asesinan a los huérfanos,
masacran a los refugiados,
7 y aun se atreven a decir:
«El Dios de Israel
no se da cuenta de nada».
8 Gente torpe,
quiero que entiendan esto;
¿cuándo van a comprenderlo?
9 Si Dios nos dio
la vista y el oído,
¡de seguro él puede ver y oír!
10 ¡Cómo no va a castigar
el que corrige a las naciones!
¡Como no va a saber
el que nos instruye a todos!
11 ¡Bien sabe nuestro Dios
las tonterías que se nos ocurren!
12 Mi Dios,
tú bendices a los que corriges,
a los que instruyes en tu ley,
13 para que enfrenten tranquilos
los tiempos difíciles;
en cambio, a los malvados
se les echará en la tumba.
14 Tú, mi Dios,
jamás abandonarás a tu pueblo.
15 Los jueces volverán a ser justos,
y la gente honrada los imitará.
16 Cuando los malvados me atacaron,
nadie se levantó a defenderme;
¡nadie se puso de mi parte
y en contra de los malhechores!
17 Si tú no me hubieras ayudado,
muy pronto habría perdido la vida;
18 pero te llamé
al sentir que me caía,
y tú, con mucho amor,
me sostuviste.
19 En medio de mis angustias
y grandes preocupaciones,
tú me diste consuelo y alegría.
20 Tú no puedes ser amigo
de gobernantes corruptos,
que violan la ley
y hacen planes malvados.
21 Esa clase de gobernantes
siempre está haciendo planes
contra la gente honrada,
y dicta sentencia de muerte
contra la gente inocente.
22-23 Esa gente es tan malvada
que acabarás por destruirla.
Pero tú, mi Dios,
eres mi más alto escondite;
¡eres como una roca
en la que encuentro refugio!
{Salmo 94}.
Cristo no solamente vino a sanar y a salvar, sino también a darle al “César lo del César” y a Dios lo que es de Dios, y a ordenar que a los afligidos se les diera gloria en lugar de ceniza y espíritu angustiado. Amén.
Leví Adora