EFE-
La mecánica del debate sobre política internacional fue similar a la de los anteriores; el moderador formulaba una pregunta y los candidatos lo ignoraban por completo y procedían a hablar de lo que les apetecía.
En la pregunta sobre el papel de Estados Unidos en el Medio Oriente, Obama y Romney se enzarzaron en un debate sobre Rusia. Interrogados sobre su percepción del papel de Estados Unidos en el mundo, los candidatos hablaron de los pequeños negocios en Estados Unidos, energías limpias y la renovación de la educación contratando más profesores. El moderador intentó reconducir el debate, pero sus intentos fueron en vano y probablemente decidió tomarse un descanso por el resto de la noche. Siete minutos después Romney hablaba de los éxitos de los estudiantes de Massachussets en matemáticas.
La realidad es que, aislados del ruido que hacen las campañas, republicanos y demócratas tienen más puntos en común en política internacional de los que les gustaría reconocer. Ambos dejaron claro que ninguno llegará al país a otra guerra, ambos coinciden en salir de Afganistán en 2014, los dos reniegan de Irak y ni Siria ni ningún otro país de la zona va a arrastrar a Estados Unidos a un lugar al que no quiere ir. Tanto Romney como Obama coincidieron en que Irán es una amenaza para la paz y que las sanciones son la solución al problema.
Sin embargo, a los debates se acude para estar en desacuerdo y ambos candidatos intentaron no coincidir en apariencia aunque lo hicieran en el fondo.
El debate fue para Obama
Si el primer debate fue claramente para Romney, el tercero se lo llevó Obama con la misma claridad. El primer mal momento de Romney se produjo cuando criticaba a la administración por haber reducido la armada de Estados Unidos a su tamaño más pequeño desde 1917, un argumento que ya había hecho público la semana anterior. Fue un error pensar que Obama no iba a venir preparado. Obama le contestó en su respuesta que el ejército tenía ahora menos caballos y bayonetas.
El segundo mal momento de Romney vino poco después. El tema era Israel y Romney criticaba a Obama por el tour de las disculpas -el “Apology Tour”-. El republicano criticó al presidente por no visitar Israel y por ignorar a su principal aliado en ese tour mientras se reunía con dictadores. Obama habló de su viaje a Israel, pero no del que hizo como presidente, si no como candidato, a la zona donde caían los misiles de Hamas. Habló de como él, a diferencia de Romney, no acude a los viajes con patrocinadores y como, a consecuencia de lo que vio en aquel viaje, creó el programa del Iron Dome para proteger a Israel de los misiles terroristas.
Obama percibió que su respuesta había hecho daño y en su siguiente turno le recriminó a Romney que mantenía demasiadas posturas y que no era posible que afirmara una cosa y luego la contraria. Este fue quizá el peor momento del debate para Romney. Incluso el moderador, que decidió volver a participar, se sintió más fuerte que Romney y no le aceptó una interrupción.
Romney no era ya el de los debates anteriores. Preguntado por China decidió hablar sobre Detroit y de su plan para salvar la industria del automóvil. Obama tampoco le dejó escapar en esta ocasión y le recriminó que continuaba intentando pasar la brocha sobre las cosas que había dicho en el pasado.
La importancia del debate
Es ahora cuestión de analizar si este es el debate que Obama habría querido ganar. Romney ganó con claridad el primero, el de las cuestiones domésticas que son las que mayor peso tienen en la mente del votante. Hoy Obama estuvo sólido, superior en el debate pero en el balance final, un empate, una victoria y una derrota para cada candidato quizá no sea lo que él anticipaba hace apenas un mes.