El Cairo (Egipto).- Tan poco carismático como pertinaz en sus decisiones, el expresidente egipcio Mohamed Mursi dividió a su país en su corto mandato y se enfrenta ahora a una provisional condena a muerte casi dos años después de su derrocamiento “manu militari”.
La pena capital a la que fue condenado este sábado el exmandatario islamista, que deberá ser confirmada el 2 de junio tras la opinión no vinculante de la máxima autoridad religiosa del país, es el mayor golpe que ha recibido el que fue el primer presidente egipcio elegido democráticamente en unas urnas.
Durante su mandato de un año, de 2012 a 2013, Mursi intentó burlar a esa misma judicatura que hoy le ha enviado provisionalmente al corredor de la muerte por su fuga de la cárcel durante la revolución de 2011 y que en abril le condenó a 20 años de cárcel por el uso de la violencia en disturbios ocurridos en 2012.
También tiene pendientes otros casos, como insultar a la judicatura y entregar información clasificada a países y organizaciones extranjeras.
Mursi fue recibido por el pueblo como el primer presidente del país elegido democráticamente, pero su experiencia terminó de forma abrupta el 3 de julio de 2013 cuando fue desalojado a la fuerza por el Ejército, después de masivas manifestaciones para exigir su marcha.
Alcanzó la jefatura del Estado en junio de 2012 gracias al poder y a la capacidad organizativa de los Hermanos Musulmanes, tras vencer en una apretada segunda ronda electoral al ex primer ministro del depuesto presidente Hosni Mubarak, Ahmed Shafiq.
El presidente aglutinó no solo el voto islamista, sino también el de muchos que temían la victoria de alguien como Shafiq, a quien se veía como una figura del antiguo régimen de Hosni Mubarak (1981-2011).
Desde el comienzo, Mursi puso gran empeño en identificar su mandato con el triunfo de la Revolución del 25 de enero de 2011, que derrocó a Mubarak, y en subrayar su condición de egipcio de a pie.
Además, como había prometido durante la campaña, su primera medida fue renunciar a la militancia en los Hermanos Musulmanes y del Partido Libertad y Justicia (PLJ, islamista), que presidía.
En su primer discurso, en la emblemática plaza Tahrir, Mursi abrió su chaqueta para mostrar que no llevaba chaleco antibalas y se presentó como “el presidente de todos los egipcios”.
Pero los millones de ciudadanos que tomaron las calles los últimos días de junio de 2013 no podían discrepar más.
Su entrada fue de carambola en la carrera por la Presidencia después de que el candidato principal de la Hermandad, Jairat al Shater, fuese descalificado.
De maneras sencillas y escasa estatura, este hombre profundamente religioso no oculta sus raíces rurales e hizo de la humildad una de sus bazas para conectar con el ciudadano.
En una de las escasas entrevistas que concedió como presidente, Mursi hizo gala ante los periodistas de Efe de la ambigüedad que tanto ha irritado a sus compatriotas, pero se mostró como un hombre tímido y afable.
Nacido el 20 agosto de 1951 en el pueblo de Al Adwa, en el delta del Nilo, nunca dejó de medrar dentro de la cofradía islámica, carrera que transcurrió en paralelo a su trayectoria profesional como ingeniero.
Entre 1985 y 2010 fue jefe del departamento de Ingeniería de la Universidad de Zagazig, adonde regresó después de haber trabajado durante tres años como profesor universitario en California (EE. UU.).