POR JOHAN ROSARIO
El autor es periodista y escritor. Vive en Nueva York.
Son las ocho de la mañana en Times Square. Una joven espigada, de cintura torneada y pelo a la cintura, camina desenvuelta por la 8va avenida con una mochila tras la espalda. Su porte profesional ofrece la impresión de que estamos ante una joven cortés y educada. Sin embargo, mientras la sigo como parte de un ensayo con el que pretendo calibrar los niveles de amabilidad imperantes en ‘La ciudad de hierro’, confirmo que la mujer es sólo fachada. Una autómata más. En la práctica, como con casi todos ocurre aquí, la cortesía es una cualidad nula en esta dama cuyo cuerpo promete el cielo…
Sin reparar en que alguien viene tras ella ni que hay vida más allá de sus narices, toma de una puerta y, tras ingresar con una asperidad de véertigo a la estación a la que da acceso, la de trenes y autobuses, la tira con violencia, tanta que pudo haberme roto la nariz si no ando avispado. Es Mahattan, la misma ciudad salvaje, de cemento, en la que sobrevuelan por entre los semáforos las luciérnagas que García Lorca nos contó largo tiempo atrás. Las que se consideran humanas.
Entretanto, en Haverstraw, un verdadero bastión dominicano en el corazón del Estado de Nueva York, una mujer a la que designamos para tales fines, entra a un restaurante latino y se sienta en una mesa.
Pasados quince minutos sin lograr atención, se abre paso entre una pequeña multitud y, una vez en el mostrador, intenta ordenar su almuerzo de modo directo. –¿Qué tú quieres? –le dispara secamente una de las empleadas del lugar, dominicana también. –No creo que sea la forma de atenderme –reacciona de inmediato nuestra protagonista–, intentando ir más a fondo con la encomienda que le hicimos. –Nos es cuestión de formas –le responde una airada empleada. –Dime qué quieres y te sirvo, punto. De lo contrario que pase el siguiente. Con tal brusquedad y ausencia de cortesía se brinda ‘servicio’ a los clientes en la mayoría de restaurantes hispanos de Nueva York, una ciudad cuya aridez es de antología y de la que parecen cada vez más imbuidos los dominicanos (mundialmente conocidos por su amabilidad y don de gentes). Nueva York les trastoca la actitud: los vuelve de piedra como muchos de sus edificios. Lejos queda la hospitalidad y nobleza campechana que, al llegar, los criollos traen casi como marca registrada. La gran ciudad se los traga.
El pequeño estudio permitió determinar, verbigracia, que en la mayoría de negocios (agencias de llamadas, bancos comerciales, bodegas, delis, tiendas, supermercados, etc) ubicados en los condados de Rockland (Norte de Nueva York), Westchester, Mid-Hudson y Manhattan, se trata a los visitantes como si fueran animales. En por lo menos el 58% de los lugares tomados en la muestra se encontró que los clientes son hostilizados y en las calles el asunto adquiere ribetes verdaderamente dramáticos: el 78% de las personas se decanta por una actitud ofensiva y rayana con la violencia. Sólo el 22% observó conductas parecidas a la cortesía y amabilidad.
Para llevar a cabo la medición, diseminamos a varias personas por el casco urbano de ciudades como White Plains, Newburgh y Yonkers con folders bajo el brazo. Tras simular que se les caían, nuestros auxiliares comprobaban estupefactos cómo casi nadie se detenía a ofrecer ayuda. Mientras los papeles se desparramaban por doquier, muchos de los transeúntes (cerca del 80%), seguían caminando indiferentes y hasta les pasaban por encima a los documentos que, en carrusel, veían caer ante sus narices. De una muestra de veinte y cinco casos, en apenas tres alguien se detuvo a brindar ayuda con los folders o por lo menos preguntó si se precisaba de ella. “Es increíble cómo nos hemos ido vaciando espiritualmente; ya no nos interesa nada de lo que les ocurre a nuestros prógimos”, me comentó con el semblante entristecido la señora María Cabrera, una dominicana radicada en Newburgh, Nueva York. “La juventud no tiene respeto ni amabilidad con los ancianos, los hijos maltratan a sus padres, en los restaurantes te ladran como perros. Es un desastre total lo que estamos viendo”, remató sobrecogida.
Los ensacados son más insolentes
La implementación del ensayo en tres condados de Nueva York también arrojó un dato que luce paradójic la gente bien vestida, de porte elegante, corbatas impecables y sombreros a la cabeza, suele tratar con más insolencia y desdén a sus prójimos. Hasta entre los llamados “clinejuses” (los jóvenes que se hacen clinejas en el pelo y usan sueters anchos y pantalones al piso) fue posible comprobar un trato más decente y cortés frente a sus semejantes. Quienes visten ropa de marca tienden a presentar un trato más ultrajante y soberbio frente los demás.
Los pueblos tomados como muestra para la consulta fueron los siguientes: Spring Valley, Manhattan (Washington Heights), Newburgh, Nyack, Yonkers, White Plains, Tarrytown y Suffern. Los índices recabados en el estudio permitieron situar a cada ciudad en un lugar con respecto a los niveles de de cortesía que priman en cada una de ellas. Fueron analizados varios segmentos de público, representados por personas de todos los grupos étnicos que confluyen en el estad caucásicos, hispanos, afroamericanos, asiáticos y orientales. Los hispanos son los que más rápido pierden los modales y formas traídas de sus países y entre ellos los dominicanos tienen su trofeo casi asegurado.
¿Nuevamente Guacanarix cumpliendo su papel desde la tumba?