SANTIAGO DE CUBA, Cuba.- Dos años y medio después de que el huracán Sandy devastase la segunda ciudad más grande de Cuba, Melba Martínez, de 35 años, sigue sin conseguir trabajo y se las ve en figurillas para alimentar a sus dos hijos con las raciones gubernamentales que le corresponden, obligada a afanarse todos los días por tratar de conseguir un poco más de arroz o de aceite para cocinar.
“No hay trabajo, no hay dinero. Todo está caro, el salario no va (no alcanza)”, expresó la mujer. “Si ganas 225 (pesos, menos de 10 dólares), cómo vas a comprar un par de zapatos que te cuesta 500 (20 dólares)?”.
“Si lo compras no comes y si comes, andas descalzo”, agregó.
A escasa distancia en auto del centro colonial de Santiago, Josefina Arocha Saco vuelca una densa leche azucarada en una máquina de preparar helados armada con un viejo acondicionador de aire, una fuente de una mesa de vapor de una cafetería y una palanca de transmisión metálica hecha a mano. Si suficientes escolares compran helados a cuatro centavos de dólar, puede cubrir los costos de su licencia, pagar los impuestos y ganar más de lo que ganaba como maestra.
“Hay de todo, todo el mundo puede sacar patente” para desarrollar alguna actividad privada, declaró Arocha. “Es más abierto, más libre”.
Lejos del boom turístico y de las inversiones que llegan del exterior a La Habana, los residentes de la región oriental de Cuba luchan por salir adelante en medio de una economía tambaleante. A algunos les va mejor que a otros en una provincia más pobre y aislada que la capital. Si bien muchos santiaguinos han abierto negocios al amparo de las reformas económicas de los últimos cuatro años, a la ciudad no han llegado los grandes inversionistas extranjeros ni el dinero de cubanos emigrados que abren negocios en La Habana, desde restaurantes finos hasta spas y gimnasios para la creciente clase de cubanos ricos.
Los teléfonos celulares siguen siendo un lujo inusual en Santiago. El público tiene acceso a la internet solamente en un centro estatal y en un hotel, en una metrópolis de 500.000 personas. Los residentes de La Habana, una ciudad cuatro veces más grande, tienen decenas de sitios donde conectarse a la internet.
Es más fácil llegar desde La Habana a Miami que a la segunda ciudad más grande de la isla, hacia la cual hay apenas dos vuelos diarios siempre llenos, lentos e imprevisibles. En la carretera de dos carriles entre La Habana y Santiago hay más bicicletas y carros tirados por caballos que automóviles y autobuses turísticos de fabricación china. Mucha menos gente recibe remesas de familiares que viven en el exterior. Los residentes del oriente, una región con más afrocubanos que el occidente, siguen emigrando en grandes cantidades y buscando trabajo en la capital, donde algunos les dicen despectivamente “palestinos”.
Los cubanos de todo el país se quejan de los bajos salarios y los altos precios, pero esa queja tiene una dimensión particular en Santiago. Las calles están tensas, a pesar de un programa de reformas y de construcción de edificios impulsado por un dirigente local del Partido Comunista muy elogiado por su carisma. En la ciudad funciona la agrupación disidente más grande de la isla, la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), que convoca manifestaciones frecuentes y distribuye panfletos y DVDs en los que promueve cambios democráticos.
Muchos militantes de esa organización recuerdan el papel del oriente como cuna histórica de todos los alzamientos que ha habido en Cuba, desde las guerras de la independencia de España en el siglo XIX hasta la revolución castrista que comenzó con un ataque al cuartel de Moncada en una colina en las afueras de la ciudad.
“En La Habana radica la elite del país. Entre el occidente y el oriente de Cuba, el occidente siempre ha sido más favorecido”, manifestó Carlos Arnel Oliva Torres, presidente de la rama juvenil de UNPACU, que dice tener unos 4.500 afiliados, la mayoría de la región de Santiago. “El oriente del país siempre ha sido la parte menos beneficiada, por eso las cosas generalmente han empezado por acá”,
No hay indicios, no obstante, de que los sueños de UNPACU de alcanzar proyección nacional se vayan a hacer realidad. De hecho, su apoyo es más bien limitado incluso en la misma Santiago.
El gobierno parece estar haciendo grandes esfuerzos por conquistar el respaldo de Santiago y numerosos residentes descontentos con el estado de cosas dicen que las autoridades provinciales han tratado de mejorar las condiciones de vida en respuesta al malestar predominante.
Lázaro Exposito, primer secretario del partido en la provincia de Santiago, ha ganado fama por su involucramiento directo en la resolución de problemas. Ha invitado a la ciudadanía a expresar sus quejas en reuniones públicas e increpado frente a las cámaras de la televisión a funcionarios públicos que no cumplen con su misión.
La devastación causada por Sandy es casi imperceptible para el visitante gracias a un programa de reconstrucción. Los residentes dicen asimismo que el gobierno eliminó muchos obstáculos para abrir negocios privados, facilitando la emisión de miles de permisos para actividades que van desde el uso de motocicletas como taxis hasta talleres de arreglo de acondicionadores de aire.
Hacia febrero había 34.000 licencias para actividades privadas en Santiago, según cifras del gobierno, miles más que en años previos pero muchas menos que las 120.000 que hay en La Habana.
Gracias al dinero que recibe de un hijo optómetra que fue enviado por el gobierno a trabajar a Venezuela, la familia de Arocha pudo invertir 1.000 dólares en el negocio de venta de helados desde la puerta de su casa y cientos más en una mototaxi que genera unos 50 dólares a la semana.
“Vamos a ver qué pasa”, dijo Arocha. “Hay que ser optimistas”.
Las autoridades de Santiago no devolvieron numerosas llamadas de la Associated Press en busca de comentarios sobre al estado de cosas en la ciudad, lo que contrasta con la actitud un poco más abierta de los burócratas de La Habana, más acostumbrados a lidiar con la prensa extranjera.
La mayoría de los residentes de La Habana hablan libremente con los extranjeros. Pero en Santiago, muchos siguen mirando de reojo a su alrededor, desconfiados de que alguien puede estar escuchándolos.
“Hay problemas, muchos problemas que no se pueden resolver”, sostuvo Julieta Barrera, una profesora de secundaria. Luego, mirando nerviosamente hacia otras personas que hacían cola afuera de un banco, agregó: “Pero hasta ahora estoy muy contenta con todo”.