La intervención rusa en la guerra civil siria ha sido interpretada de muchas formas: como un modo de mantener la única base naval a su disposición en el puerto de Tartus, como la forma de evitar la derrota de un aliado como es el régimen de Bashar al Assad, como una manera de reforzar el estatus de gran potencia haciendo imprescindible su opinión en cualquier resolución del conflicto mientras estorba las intenciones estadounidenses y occidentales. Pero hay otro importante factor que el propio gobierno ruso acaba de destacar: como (polémico) campo de pruebas y escaparate de sistemas de armamento modernos.
Más de 160 nuevos sistemas de armas han sido usados por primera vez en combate, ya por el destacamento ruso, ya por sus aliados sirios, y su efectividad ha sido detenidamente examinada por militares de todo el mundo; unos para analizar cómo enfrentarse a ellos, otros con miras a adquirir sus versiones de exportación. Y todo ello en medio de una sangrienta guerra civil en la que algunas de estas armas han provocado miles de víctimas civiles, según organizaciones no gubernamentales.
Tras décadas de deterioro debidas a la caída del régimen soviético las fuerzas armadas rusas habían quedado desfasadas en muchos aspectos, como quedó claro durante la Guerra de Osetia del sur en 2008 en la que la aplastante victoria del ejército ruso dejo sin embargo al descubierto numerosos defectos y debilidades. A partir de entonces hubo un denodado intento de profesionalización y modernización de los equipos y armamento de origen soviético cuyo resultado pudo evaluarse en la anexión de Crimea en 2014 y en la posterior intervención en Siria.
Antes de la presencia de soldados rusos, esta contienda consistió sobre todo en el suministro de armamento moderno al régimen de Assad; posteriormente se trasladaron tropas rusas con equipos y armamento de última generación que incluye las versiones más avanzadas de todo tipo de armas, desde todoterrenos como los GAZ Tigr (equivalentes al Humvee estadounidense) a transportes de personal sobre ruedas como los BTR-82A, drones o misiles antiaéreos de varios tipos como los S-400 Triumf, los Buk-M2E SA-17 Grizzly (última versión del sistema Buk implicado en el derribo del Vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania en 2014) o los SA-22 Pantsir. Algunas de estas armas están entre las más avanzadas fabricadas por la industria militar rusa y su uso ha tenido más que ver con mostrar al mundo sus capacidades que con las necesidades bélicas actuales.
De algunas de estas armas ya hemos hablado, como del caza Su-35S, los carros de combate T-90 que tan importantes han sido en la toma de Alepo, los misiles de crucero de las familias Kalibr y Kh-101 disparados desde nuevas y viejas plataformas, los aviones de escucha Il-20 Coot A, los sistemas de guerra electrónica Krashuka-4, las bombas guiadas por satélite KAB-500S y las de racimo anticarro SPBE-D. También de la presencia y capacidades del portaaviones Almirante Kuznetsov, del sistema de defensa aérea S-300 (que Rusia acaba de entregar a Irán) o del uso de viejos aviones como el Tu-95 Bear con nuevos sistemas. Pero no sólo estos sistemas armamentísticos rusos han sido puestos a prueba en condiciones de combate real en Siria. Lo que sigue es un listado no exhaustivo de algunos de los más letales que sin duda forman parte de esos 160 de los que presume Rusia.
Artillería
Proyectiles guiados de artillería 2K25 Krasnopol de 152 mm. Se trata de proyectiles para los diversos sistemas artilleros de ese calibre que emplea el ejército ruso (y muchos países clientes, como Siria), como el obús remolcado D-20 diseñado en los años 50 y sus múltiples derivados. Los Krasnopol tienen la capacidad de modificar su trayectoria durante el vuelo para impactar en un blanco iluminado por un designador láser con una probabilidad de impacto superior al 90%.
El alcance del designador es de 5 km y el del proyectil supera los 30 km en las versiones más modernas; esto supone que una batería de artillería a decenas de kilómetros de distancia puede destruir blancos puntuales siempre que una unidad amiga en el frente los tenga a tiro. Existen versiones de los proyectiles Krasnopol en calibre 155 mm (usado por la OTAN) que Rusia exporta, y otra capaz de usar para el guiado señales de satélite del sistema GLONASS que puede ser disparada desde el nuevo obús autopropulsado 2S35 Koalitsiya-SV, aunque no consta su presencia en Siria.
Lanzacohetes termobáricos TOS-1A Solntsepyok (sol cegador), derivado del TOS-1 Buratino soviético. El sistema TOS-1A es un lanzador de misiles tierra-tierra de relativo corto alcance; cada lanzador va montado sobre un chasis del carro de combate T-72 y dispone de 24 tubos lanzacohetes. Los cohetes NURS son de dos tipos, unos con 3,3 metros de longitud y 173 kg de peso y otros con 3,7 metros y 217 kg; su alcance original era de apenas 2,7 km, pero en la versión más moderna llega a los 6 km y se trabaja en extenderlo a 10 km.
La principal característica del TOS-1A es que la cabeza de combate de los misiles es termobárica, es decir tiene una carga doble: la primera explosión dispersa una gran nube de combustible que detona al producirse la segunda explosión. La consecuencia es una explosión de un volumen de aire mucho mayor que produce una enorme onda de presión cuyos efectos sobre estructuras y personas han sido comparados con los de una explosión nuclear. El vehículo puede lanzar todos sus cohetes en entre 6 y 12 sg.