“La clave para el éxito radica en una buena organización con fuertes lazos administrativos”, escribió Norberto Odebrecht, fundador de la empresa que lleva su apellido, en Sobrevivir, Crecer y Perpetuar, un libro que establece, entre otras cosas, las prácticas a seguir para alcanzar el triunfo empresarial.
En un giro irónico, esta misma filosofía definiría, años más tarde, una de las mayores operaciones de sobornos de la historia, llevada a cabo desde dentro de la misma constructora brasileña.
Corría el año 2006, cuando en el conglomerado Odebrecht se ideó un plan sin precedentes. Con el fin de gestionar su creciente operación de sobornos y lavado de dinero, se creó un departamento paralelo al de contabilidad oficial de la constructora, que se encargaría exclusivamente de llevar las cuentas, manejar el efectivo y movilizar los pagos ilícitos de la organización.
Bautizado como División de Operaciones Estructuradas, este nuevo departamento de sobornos, como coloquialmente sería conocido por las autoridades, estaba estructurado como cualquier otro: contaba con una oficina en la sede de la empresa, personal, libros de contabilidad e incluso una plataforma de correo electrónico propia.
Era a través de esta última que se llevaban a cabo las transacciones del departamento, por una red de correos electrónicos seguros y mensajes instantáneos, con nombres en código como “Viagra”, “Princesa” y “Drácula”, que eran tapaderas para las identidades reales de altos funcionarios brasileños y extranjeros, quienes facilitaban proyectos de obras pública a la empresa a cambio de sumas millonarias de dinero.
Este flujo de capital no prevenía de los fondos per se de la compañía, sino de una llamada “caja 2”, proveniente de obras públicas sobrefacturadas. Así por ejemplo, las obras que le eran adjudicadas a la empresa tendían a ser facturadas con un sobreprecio, cuyo valor luego era canalizado a las operaciones del departamento de soborno.
Cuando los detalles y el dinero estaban acordados, entraban entonces en escena operadores que actuaban en nombre de Odebrecht a fin de realizar las transacciones. Conocidos como “doleiros” (un apelativo coloquial brasileño para referirse a gente que maneja dólares), estas personas se encargaban de trasladar los pagos de Odebrecht hasta las manos de los sobornados, utilizando ya fueran camiones blindados o simples mochilas de uso diario, dependiendo de la situación y el monto monetario.
Por otro lado, los pagos en el extranjero se realizaban por medio de depósitos bancarios, transferidos de las múltiples cuentas controladas por Odebrecht de forma anónima en bancos ubicados en paraísos fiscales. Para entonces el experimento había sido todo un éxito. Antes de instalarse el departamento de sobornos, los pagos efectuados a sobornos ascendían de US$60 millones a $70 millones al año. Para 2008 esa cifra se había doblado a US$120 millones, en 2010 llegó a los $420 millones, y para 2012 y 2013, las cifras ya alcanzaban US$720 millones en cada uno de esos dos años.