Un santiaguero inteligente invoca el “síndrome de la página en blanco” para pedirme que en ese momento de nublazón mental reivindique el salami y hable de todas las infamias y de los abusos cometidos en su contra, para que se persiga sin piedad a los culpables de semejante felonía.
Es verdad lo que dice Carlos José Vásquez… Sólo que en vez de tener la mente en blanco, hay que ser muy audaz para encarar un tema de tanta profundidad social, tal vez el único punto de la gastronomía dominicana donde confluyen los gustos de ricos y pobres.
¿A quién no le gusta un rico mangú coronado por cuatro ruedas de salami de mallita? Habría que ser muy hipócrita con su propio gusto para rehusar ese manjar en momento de mucha hambre. Que me diga alguien a cuál carajito –por blanquito y rubio que sea– no le gusta desayunar con salami antes de irse al colegio o en la noche de cena después de los muñequitos…
Aún en sus peores tiempos, durante la brutal campaña de descrédito, el salami mantuvo su hidalguía y no había casa de rico donde no se “clavara” por lo menos una pieza del “Induveca de Mallita”… ¡Y en casa de pobre ni se diga!
El salami siempre ha sido denostado y acusado en todas las instancias y tenido a menos por una clase social que lo subestima en público de día para engullirlo privadamente de noche en grandes cantidades.
Similar al arenque cuando Trujillo, plato común en casa de pobre que sólo su penetrante olor denunciaba su consumo para vergüenza de la familia… “que estaba cocinando un policía”.
Un descrédito histórico
Por supuesto que publicaré la “enjundiosa carta” que me remite Carlos José Vásquez desde Santiago. Pero antes es necesario recordar que el salami tiene su propia culpa por tantos años de descrédito.
Era yo prácticamente un muchacho y me iniciaba como reportero cubriendo la fuente noticiosa de la Policía cuando se descubrió el caso de unos cubanos que de no ser detenidos a tiempo extinguen la “población asnal dominicana”. La Policía descubrió una fábrica de salchichón en los Bajos de Haina cuya principal materia prima era la carne de burro, y se vendía en el comercio local con el nombre de “El Cerdito”.
Como prueba del delito fueron “apresados”– junto a los cubanos, por supuesto– 268 burros que terminaron en un corral del Palacio de la Policía confundidos con algunos “agentes secretos” y varios reporteros de radio de la época.
Aníbal de Castro asegura que casi medio siglo después trata de determinarse cuáles eran más burros entre todos.
Y entonces… la carta
“Don César: Yo sé que usted tiene muchos temas sobre los que puede escribir. No sé si alguna vez se ha enfrentado a la famosa hoja en blanco que intimida y atormenta a muchos escritores cuando no encuentran tema para cumplir con el compromiso diario de llenar una columna. “Si alguna vez llegara a ocurrirle que no encuentre sobre qué escribir; si por un tiempo olvidara los problemas por los que atraviesa Leonel; si llegara a olvidarse de la división del PRD, y si dejara de lado los interesantes relatos sobre nuestra historia electoral reciente, puede echar manos de temas más ligeros pero también muy interesantes.“Sé que estoy dando muchas vueltas, pero lo que quiero pedirle es que por favor le dedique uno de sus artículos a la historia reciente del salami. Quisiera saber quién le va a devolver el prestigio y el buen nombre a tan versátil y noble alimento. Quiero saber cuándo se van a retractar quienes le acusaron de contener excremento y nitritos, y quiero saber cuándo van a pedir perdón quienes dijeron que el salami ni siquiera carne tenía”.
“…Sé que no es tema de actualidad, pero es una causa justa. Confío mucho en sus juicios, valoro la profundidad con que trata los temas y aprecio la certeza de su pluma. Por eso creo es usted el indicado para retomar un tema olvidado en aras de restaurar una honra humillada y ofendida tan gratuitamente.
“… Y que se sepa, nunca he vendido salami y nadie en mi familia tiene colmado ni fábrica de embutidos. Simplemente me gusta el salami, ya sea asado, guisado, en locrio o en emparedado…
“Ahora recuerdo que tengo un amigo que trabajaba en una fábrica de salami y ahora está desempleado y con su mujer recién parida. Y aunque mi amigo no me consultó ni me pidió ayuda para embarazar a su mujer, no puedo dejarle de atender cuando me llama para que le ayude a conseguir un empleo.
“Y me da rabia que mi amigo hoy no tenga trabajo por culpa del descrédito al que fue sometido el mil veces glorioso salami dominicano…
“Abrazo, don César. Carlos José Vásquez, Santiago de los Caballeros”.
Tal vez Altagracita Paulino puede responder tan amena misiva.