El 22 de mayo ha sido declarado como el Día Internacional para la Diversidad Biológica, por lo cual, en todo el mundo, durante esta semana, se desarrollan actividades en este sentido.
Actualmente, a nivel planetario, se ha venido experimentando, y produciendo, una ola de desequilibrios medioambientales en el metabolismo vital de la naturaleza, que plantean, en forma radical y dramática, que la crisis económica mundial no puede ser comprendida en todo su alcance, ni mucho menos contrarrestada, si no se entiende su participación en la crisis ecológica medioambiental.
La crisis ecológica, vista como el resultado histórico de los más de dos siglos de modernización del sistema capitalista y la implementación de fuerzas productivas basadas en el uso de la tecnología; refleja la relación entre el ser humano y la naturaleza; la cual, ha ido alcanzando una nueva medida, cualitativamente, negativa, porque rompe y daña todo el proceso reproductivo, y limita, drásticamente, las condiciones geoeconómicas del capital.
Increíblemente, esta crisis ecológica ha sido tratada, bajo el concepto del pensamiento económico convencional desarrollado durante el siglo pasado, como si esta fuese un problema de segundo orden, sin considerar su importancia y problemática permanentes. La sociedad contemporánea, que ha intentado minimizar el impacto causado por las grandes y secuenciales depredaciones, derivadas de una práctica productiva propia del sistema actual, caracterizado por la tecnología y las férreas ideas capitalistas, basadas en la ciencia, la innovación y la aplicación de un impuesto remedial, como cuota de salvación; paradójicamente, ha visto suceder todo lo contrario. Esto demuestra que, este proceso capitalista, ha desequilibrado el ecosistema del planeta en una magnitud nunca antes vista, en la historia de la humanidad.
Uno de los principales daños provocados por esta crisis es el sobrecalentamiento de la biodiversidad internacional, una de las causas de mayor nocividad dentro de la crisis ecológica mundial; detonándose, en todas partes del mundo, la alteración radical del ecosistema, y el cual es consecuencia del proceso de producción y consumo de combustibles fósiles, como el petróleo, gas, carbón, y la destrucción de la capa de ozono, provocada por residuos modernos, principalmente, los clorofluorocarbonos y, sus sustitutos, los hidroclorofluorocarburos.
En el año 1988 la Organización de las Naciones Unidas, ONU, reunió un equipo de científicos para estudiar, principalmente, el calentamiento global, conformando el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático. En su primer informe, de mayo de 1990, calculaba que la temperatura del mundo podría elevarse 1°C (o sea, 1.8 °F) para el año 2030 y hasta en 3°C (5.4°F), hacia finales de este Siglo XXI. Estos mismos datos, para noviembre de 1997, ya se habían incrementado medio grado centígrado más; es decir, se estimaba un incremento en la temperatura global que oscilaría entre 1 y 3.5 grados centígrados, para fines de este siglo. Todo esto significa que el promedio de calentamiento del planeta, según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, probablemente, será el más alto de los últimos diez mil años. Vista la gravedad de esta tendencia, hacia un incremento de esta magnitud, se derivó en el desarrollo de una nueva ciencia, la Paleoclimatología; disciplina que analiza los cambios climáticos ocurridos en la historia del planeta.
El cambio que más se le asemeja a la proyección presentada, es muy lejano, data de hace diez mil años y, en ese tiempo, en la Era Posglacial, la temperatura aumentó, apenas, 1°C cada 500 años, no cada 30, como podría suceder en el futuro próximo. Actualmente, se calcula que desde 1950 hasta el año 2001 se han emitido cerca de 550 gigatoneladas, o sea, miles de millones de toneladas métricas de dióxido de carbono; de las cuales: 472.1 gt16, corresponden a los Estados nacionales centrales, con los Estados Unidos encabezando la lista con 186.1 gt., seguido por la Unión Europea, con 127,8 gt., y Japón con 31.2gt.
De persistir esta proyección, si se quemaran las 4000 gt de reservas de petróleo y carbón, conocidas, y descontando la absorción espontánea de dióxido de carbono realizada por los mecanismos de la naturaleza, esta llegaría a tener más de 2000 gt.; esto es más del triple de lo que contiene hoy día, lo que desataría cambios climáticos de consecuencias desastrosas e impredecibles.
Estas consecuencias, según los expertos, podrían empezar a experimentarse mucho antes de lo esperado; ya que al momento en que se dupliquen los niveles atmosféricos actuales, de dióxido de carbono, se elevarán la tasa planetaria y el sobrecalentamiento, que daña la diversidad biológica.
Hoy, queremos apartarnos un poco del Tratado General de la Ecología, y darles a conocer, los mecanismos y las formas de reacción, utilizadas por los seres vivos para adaptarse a las condiciones de su medio, preservando sus posibilidades frente a las exigencias del medioambiente. En artículos anteriores he hablado, ampliamente, acerca de una ecología de plantas, animales y recursos naturales; ahora, nos referiremos a la crisis ecológica mundial y sus consecuencias; así, como sus repercusiones, en el trato de la Ecología Humana, la Ecología Política y la Ecología Social; tres áreas que se basan en las condiciones, específicas, de la vida y la convivencia humana.
La investigación sobre el medio ambiente, es de carácter interdisciplinario. Estudia, tanto los efectos de su protección como los aspectos socioculturales de las causas y el control de la crisis. De manera, que nos dirigimos a la Ecología Social, para conocer el comportamiento del aumento de la población, el crecimiento económico y el consumo. En este estudio podríamos considerar su carácter multidisciplinario, al relacionar a las personas con su entorno natural y sociocultural, y las consecuencias de esta relación; reflejadas en la transformación y explotación del medio ambiente; lo que, en la actualidad, es uno de los mayores problemas de la ecología humana-social.
La Ecología Política, por su parte, habla de la modernidad del ecologismo, entendiéndose, que la protección del medio ambiente no es un aspecto más de la actividad económica de las sociedades productivas; sino que ha tomado una posición central que requiere otra manera de pensar y actuar, ya que demanda otras formas de producción, consumo y trabajo. Es por esto que se debe crear un movimiento político, masivo, que promueva el debate científico y tecnológico, que pondere una nueva visión, más moderna; contrario a los crecientes movimientos populares, cuyos objetivos se apartan de las necesidades del medio ambiente y, poner sobre el tapete, cómo se van agotando los recursos y el peligro que conlleva el crecimiento demográfico con una población, cada vez más despreocupada sobre los problemas ecológicos.
En la década de los 70 y 80, todos los sectores, estaban alineados con un estado mundial, que reducía la vida a un pensamiento de producción, consumo, trabajo y distribución; tal y como ocurre en la actualidad; olvidando la posición ético-ecológica, la consistencia y estructura de la vida, que se requiere para imponer límites, control y equilibrio a la acción humana, y plantea una conceptualización más comprensiva de las relaciones basadas en el respeto, entre el ser humano y la naturaleza.
A partir de los años 90, entra en escena el concepto y forma de aplicación de la Ecología Social, remontando a las primeras décadas del siglo pasado, para generar una nueva forma de reflexión sobre la sociedad humana, con una perspectiva de la ecología social; dando como resultado el análisis de las relaciones y el comportamiento entre los hombres y su entorno, principalmente, la naturaleza. Tratar acerca de la distribución, y estructuración espacial de la población; así como la interacción pacífica de los hombres, tomando muy en cuenta, los efectos de un entorno ecológico tan transformado y agresivamente dañado, como señaláramos, anteriormente, al referirnos a la crisis ecológica mundial.