Santiago.-La subdirectora de La Información, licenciada Ingrid González de Rodríguez, proclamó que en mundo de hoy se experimenta una revolución técnica y científica que ejercen efectos transformadores en los ámbitos sociales, políticos, económicos y culturales.
González de Rodríguez exteriorizó sus ideas en el discurso de orden pronunciado en el acto de la Octogésima Graduación de la sede UTESA-Santiago celebrado el pasado sábado en Gran Arena del Cibao, tras ser galardonada con el título “Doctor Honoris Causa”.
A continuación el texto íntegro de la oratoria de la ejecutiva de este diario.
Señor Canciller Doctor Príamo Rodríguez,
Señor Vicecanciller Ingeniero Frank Rodríguez,
Rectora Magnífica Doctora Lily Rodríguez,
Señores miembros del Consejo Directivo,
Señores miembros de la Junta Universitaria,
Señores miembros del Claustro Universitario,
Señores Profesores,
Señores Graduandos,
Invitados especiales,
Autoridades Académicas,
Señoras y Señores…
Reciban todos un cordial saludo.
Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a las autoridades de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) por el grado “Doctor Honoris Causa” que me otorgan y que recibo con gran emoción.
Comparto con ustedes la alegría de celebrar el 44 Aniversario de esta institución pionera, que desde el ámbito de la gestión privada laica, ha hecho importantes aportes al desarrollo de la educación superior; en el campo la docencia, la investigación científica y la divulgación cultural, desarrolladas a la luz de un humanismo Cristiano, comprometido con los más altos valores.
La prodigiosa realidad que representa UTESA, con sus cien mil egresados, puestos al servicio del país y el mundo, constituye la realización del sueño del fundador, Doctor Príamo Rodríguez Castillo, y llena de satisfacción a las personas de nobles méritos que le han acompañado en el camino del desarrollo de esta casa de altos estudios.
Desde esta tribuna que me enaltece y honra, celebro con ustedes, queridos graduandos, este momento de gran trascendencia en sus vidas, en el que culminan sus desvelos, sueños, luchas y esperanzas, para alcanzar la meta de su profesionalización. Con este propósito ingresaron a la universidad, asumiendo el compromiso de asimilar los conocimientos, con los que han de servir provechosamente a sus familias, a nuestra sociedad, al país, y a la humanidad.
Aprovecharé esta oportunidad especial, en la que me dirijo a esta distinguida comunidad académica, para abordar inquietudes en torno al maravilloso mundo, que con su metodología sistemática y con sus saberes experimentales comprobables a través del método científico, nos develan las ciencias. Asimismo, para ahondar en los efectos transformadores que las ciencias, convertidas en tecnologías aplicadas, ejercen sobre nuestra civilización actual.
Como resultado de los significativos avances de la ciencia podemos considerarnos seres privilegiados, con niveles de calidad de vida, inimaginables apenas hace un siglo. Con las mentes abiertas y posibilidades ilimitadas, nuestro mundo evoluciona de forma fascinante y desafiante, la tradición es solo un punto de salida, un punto referencial para caminar hacia el futuro.
Asistimos a una intensa revolución científica y técnica, pero, también, concurrentemente a muchas otras revoluciones que ejercen efectos transformadores en ámbitos sociales, políticos, económicos y culturales, que cabría preguntarse si nuestra civilización, con este complejo desarrollo de prometedores paradigmas de convivencia, reproducción cultural, integración social, y socialización, se encuentra en transición hacia una nueva época. De hecho, muchos pensadores e investigadores así lo consideran.
Los cambios son radicales y, por lo regular, positivos. Sin embargo, por la rapidez con que acontecen, a la vez, provocan ansiedad e incertidumbre, ya nada parece seguro, ni definitivo. La preocupación más apremiante es que estos cambios acelerados nos sorprendan desprevenidos, que no seamos capaces de estar al día de unos acontecimientos que avanzan a un ritmo vertiginoso. Ahora bien, ¿qué sentido tiene el cúmulo de todas estas transformaciones generalizadas? Es difícil saberlo con exactitud, pero lo cierto es, que estamos abocados a reflexionar acerca de la compleja realidad que envuelve la transición de la modernidad hacia la posmodernidad, apenas delineada, menos entendida.
Hoy, en el mundo, todo se mueve muy rápido. Ningún sistema de creencias, valores, instituciones, ideologías, o sistemas productivos permanece intacto. La infinidad de procesos transformadores que acontecen en todos los renglones de la actividad humana –y esto en consonancia con el sociólogo estadounidense y catedrático de la Universidad de Harvard Daniel Bell – hace que el conocimiento constituya el principio axial y la esperanza, para la nueva sociedad que emerge.
Sobre la base de la investigación, del estudio a profundidad de las circunstancias y causas de los diversos cambios, estamos llamados a perfilar la mejor dirección de los pasos, que como humanidad debemos dar, en orden de eliminar la incertidumbre de nuestro futuro, y edificar un mundo mejor.
Cada día el ser humano se enfrenta con la alternativa de vivir y pensar de la manera que la gente vive y piensa – según la certera expresión de Ortega y Gasset–, o vivir y pensar reflexivamente, procurando comprender su propia existencia y el mundo circundante.
Es obvio que estos tiempos y esta sociedad globalizada demandan individuos capaces de tomar decisiones, no en virtud de lo que el ambiente y el exterior les imponen, sino en función de sus propias metas, perspectivas e ideales. En fin, personas empoderadas, atentas a su realización personal, a partir del conocimiento cultivado con tesón; personas éticas, como ustedes esforzados graduandos, con miradas puestas en horizontes amplios y trascendentes, que son los que deben dar forma al mundo del futuro.
A continuación, permítanme referirles algunas ilustrativas reflexiones de los más notables científicos sociales del momento respecto a los cambios que acontecen en nuestra realidad, en el contexto de este tercer milenio de la Era Cristiana.
Tenemos, pues, que el sociólogo español Manuel Castells señaló que “un nuevo mundo está tomando forma en este fin de milenio”. De igual manera, el catedrático, científico y político Ronald Inglehart expresó que “durante las últimas décadas las sociedades avanzadas han traspasado un punto de inflexión y han pasado de la fase de la modernización a la fase de la posmodernización”. Por su parte, el sociólogo alemán Ulrich Beck refirió que esta transición epocal –la cual denominó, como el sociólogo británico Anthony Guidens, “modernización reflexiva”–, implica la posibilidad de una (auto) destrucción creativa de toda una época: la de la sociedad industrial.
En ese mismo sentido, el sociólogo francés Alain Touraine señaló en su obra La sociedad postindustrial, publicada en 1969, que ante nuestros ojos se están formando sociedades de un nuevo tipo. Por su parte, el sociólogo estadounidense Daniell Bell anticipó que en los próximos treinta o cincuenta años veríamos “la emergencia de la sociedad postindustrial”. De igual manera el sociólogo polaco Zigmunt Bauman consideró que la caída del muro de Berlín, acontecida en 1989, cerró la época moderna inaugurada por la Revolución Francesa, dando paso así, a las realidades y al espíritu posmodernos, que implican una nueva totalidad social con sus propios principios organizativos.”
Estos brillantes pensadores han alertado, con propiedad, de una época emergente, y con ello, de una humanidad obligada a renovarse, a adaptarse a entornos nuevos e inéditos. Llámese sociedad postindustrial, sociedad posmoderna, sociedad red, sociedad de consumo; sociedad del riesgo, sociedad de la información, de la comunicación, del conocimiento, entre muchas definiciones que podríamos mencionar, no cabe duda, de que habitamos comunidades, en las cuales, como ciudadanos contemporáneos, enfrentamos los retos y desafíos fundacionales de una nueva época.
Para comprender a profundidad el nuevo entorno y sus desafíos se requiere de una amplia visión histórica que permita el entendimiento de la Era naciente, la posmoderna, con el fin de resaltar afinidades y diferencias con las épocas pasadas.
El análisis comparativo del presente y el pasado, ha de estar enfocado en aprovechar las oportunidades que se nos brindan, cultivando la libertad responsable, el saber, la cultura y los valores.
El anunciado paso de la sociedad tradicional a la sociedad posmoderna ha de abordarse desde una lógica eclética, y desde un enfoque científico y humanista interdisciplinario, pues las numerosas transformaciones a las que estamos siendo sometidos, son de tal magnitud e importancia en el ámbito social, económico, político y cultural, que debemos mantenernos en estado de alerta constante, atentos a que las consecuencias que generen, no nos sorprendan desprevenidos, o peor incapaces de reaccionar asertivamente a los nuevos paradigmas.
El desarrollo científico, uno de los principales factores, generador de los cambios observados, ha sido tan extraordinario que los conocimientos obtenidos en los siglos XIX y XX superan exponencialmente los alcanzados por la humanidad en toda su historia previa. Similarmente, el ritmo de este desarrollo luce que en el futuro será más intenso y abarcador.
Esta revolución científica y tecnológica, ciertamente ha perfilado un brillante panorama, pero, concurrentemente, también ha generado, como ya hemos referido, persistente desasosiego y el peligro de un mundo deshumanizado.
En tal sentido resulta ilustrativa la visión del historiador británico Eric Hobsbawm, quien denominó al siglo XX como la época de los extremos debido a que, en ningún otro han convivido tan estrechamente el progreso y la regresión, la guerra y la paz, la ilustración y la barbarie.
El positivismo científico, y las principales ideologías políticas del siglo pasado, popularizaron la creencia utópica en la posibilidad de modelar la historia de la humanidad a conveniencia. Sin embargo, las dos grandes guerras mundiales ocasionaron retrocesos insalvables para nuestra civilización.
En este contexto, el capitalismo venció al comunismo iniciando una nueva fase de revolución industrial, que si bien ha desarrollado tecnologías innovadoras en áreas de investigación espacial, nuclear, electrónica e informática, que han propiciado gran progreso; no es menos cierto que también ha despertado interrogantes sobre la capacidad del planeta para hacer frente al impacto causado por la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la creciente contaminación resultante de una industrialización masiva.
En los albores de la sociedad posmoderna, pese a los logros materiales, se advierten diversos peligros que ensombrecen el futuro.
De hecho, para el siglo XXI el escenario no puede ser más retador, pues, nos pone frente a la paradoja de un mundo altamente industrializado y tecnificado, con sectores de mucha riqueza, y prosperidad, pero también ante masas humanas sumidas en la pobreza extrema, el analfabetismo, la insalubridad, y el desempleo. Así vemos que el bienestar se acelera en las naciones del primer mundo, en contrapunto con los países tercermundistas.
Preocupante es esta enorme brecha, pues ambos mundos, el mundo desarrollado y el que lucha por desarrollarse, deberán enfrentar juntos inquietantes problemas sociales, políticos, económicos y medioambientales, que requieren soluciones y voluntades mancomunadas para un futuro promisorio y sostenible.
En este sentido, es interesante la reflexión hecha por José Antonio Álvarez, catedrático del Instituto de San Isidro de Madrid.
“Nuestra civilización ha llegado a depender de la ciencia y de sus aplicaciones en un grado desconocido en anteriores períodos históricos. Ninguna época ha exigido tanto a la ciencia como lo hace la nuestra, ni se ha servido tanto del trabajo de los científicos.
Desde el punto de vista cuantitativo, la investigación científica ha alcanzado dimensiones sin precedentes. Desde el punto de vista cualitativo, es decir, atendiendo a la naturaleza y repercusiones de los descubrimientos, la importancia actual de la ciencia es aún mayor. En pocos años, los investigadores han revisado y actualizado numerosas teorías científicas aceptadas durante siglos. Recientes descubrimientos obligan, a su vez, a replantearse conclusiones que sólo hace unas décadas se consideraban definitivas. El desarrollo científico ha tenido una profunda repercusión social y económica”.
Indiscutiblemente, muchos son los beneficios de una civilización tecnificada, pero, paradójicamente, también los desafíos. Muchas son las aplicaciones tecnológicas a las comunicaciones, la cura de enfermedades y la producción de alimentos.
Lamentablemente también una parte considerable de la investigación científica actual está orientada a fines bélicos. La tecnología moderna ha puesto en manos de las superpotencias medios muy sofisticados para la guerra, en medio de conflictos de intereses económicos y diferencias ideológicas.
Esclarecedora es la opinión del profesor de la Universidad de Málaga Eduardo Bericat, al referirse al mundo posmoderno:
“Pese a que en ningún momento utiliza el término posmodernidad, en la gran obra de Manuel Castell ‘La era de la información’, están presentes muchos de los rasgos que otros autores atribuyen a la sociedad posmoderna. En el marco de una consideración estructural de la nueva ‘sociedad red’, se estudian los cambios acontecidos en la producción, el poder, en la cultura, en las relaciones sociales, y en los modos de existencia”.
“Según este sociólogo, el nuevo mundo en formación surge por la coincidencia histórica de tres procesos independientes: la revolución de las tecnologías de la información y de la comunicación, la crisis económica tanto del capitalismo como del estatismo, y el florecimiento de los nuevos movimientos sociales. Estos procesos han generado una nueva estructura social dominante, la sociedad red; una nueva economía, la economía informacional / global; y una nueva cultura, la cultura de la virtualidad real. Las tecnologías de la información constituyen la base material de esta nueva sociedad.”
Como se aprecia, la tendencia de la Era vislumbrada, la posmoderna, es profundizar nuestra dependencia de las ciencias y sus aplicaciones. Dados los efectos positivos, pero también los peligros evidentes que derivan de un uso irresponsable de sus capacidades, urge su reglamentación en base a altos valores éticos. Se hace impostergable establecer horizontes morales bien delimitados, especialmente en áreas como biología, física, química y medicina, que inciden desde el origen hasta el final de cualquier tipo de vida.
Hoy más que nunca se precisa distinguir entre lo legítimamente posible en el orden de las capacidades y los desarrollos tecnológicos, y lo éticamente adecuado y sostenible.
Queridos graduandos, estos tiempos retadores demandan una visión científica y humanística, sensible y solidaria, compasiva y esperanzadora, orientada por la influencia benefactora de Dios, que es la Suma Sabiduría expresada en el amor, y, por lo tanto, condicionada exclusivamente al bienestar de los seres humanos y la preservación de la vida en todas sus formas.
Finalmente, aprovecho estas últimas palabras para expresar mi profunda satisfacción y gratitud por esta feliz ocasión. Como ustedes, graduandos meritorios que han apostado con fe al futuro desde la formación tesonera, soy también positiva.
Estoy segura de que en el mundo, más que la sinrazón de la fuerza, han de prevalecer la fuerza de la razón y del amor; que menos dolor y sufrimiento habrá en el futuro inmediato, cuando la humanidad logre armonizar el saber con la libertad, la paz, la justicia y los derechos humanos; en suma, cuando conjuguemos el Bien, la Verdad y la Belleza, como testimonio de la presencia de Dios entre nosotros.
Desde cada uno de los roles familiares y profesionales que responsablemente debamos asumir, apostemos a la realización de estos valores supremos, con el propósito firme de llenar nuestras vidas de sentido y felicidad auténtica.
Congratulaciones queridos graduandos, familiares y amigos. Muchas gracias.