El municipio de Mao amaneció con el corazón encogido tras un hallazgo que parece sacado de una película de terror. José Guerrero Quezada, de 38 años, asesinó y descuartizó a su hermana Mildred Estefanía, de 35 años, en medio de una disputa familiar que terminó convertida en una escena macabra.
La noche del 24 de agosto, Mildred fue vista por última vez a las 7:40 p. m., trabajando en una banca Loteka ubicada en la carretera Mao–Santiago Rodríguez. Vestía un abrigo gris, que más tarde sería hallado con múltiples perforaciones de arma blanca.
Un día después se reportó el hallazgo del cuerpo mutilado, lo que levantó de inmediato sospechas sobre su hermano. Sin embargo, algo no cuadraba: las cámaras de seguridad habían mostrado a Guerrero en su pasola, ligero, sin cargar nada. Entonces: ¿dónde estaban las partes del cuerpo que aún no habían aparecido?
Los investigadores regresaron al apartamento. Allí descubrieron una escena de horror: la cocina se convirtió en el primer testigo del espanto. El horno de la estufa se había transformado en depósito de la barbarie.
Dentro, unas ollas metálicas fueron encontradas vísceras humanas picadas de Estefanía. El olor rancio, la visión de carne troceada en un lugar destinado a preparar alimentos, detuvo la respiración de los agentes presentes.
Lo más espeluznante estaba en el baño. Allí, sobre el suelo húmedo, una cubeta negra guardaba órganos completos: el estómago, el páncreas, el intestino, el hígado y hasta un glúteo, de la hoy occisa.
La confesión
Acorralado por la evidencia, Juan José confesó que todo comenzó con una discusión familiar. Según su versión, empujó a su hermana, ella cayó y creyó que había muerto al golpearse la cabeza.
En pánico, decidió descuartizarla, pero cuando le propinó la primera estocada, ella suspiró. Ese último aliento no lo detuvo: continuó hundiendo el cuchillo más de veinte veces. Después arrastró el cuerpo al baño y, con un cuchillo de once pulgadas, la desmembró.
Relató que tras el asesinato empeñó el celular de su hermana por RD$1,500 para comprar cocaína. Al día siguiente regresó al apartamento, tomó los siete periquitos que Mildred criaba y los vendió en una agroveterinaria por RD$1,050, dinero que también consumió en drogas.
Finalmente, dijo que arrojó la ropa ensangrentada, los cuchillos y sus tenis en una funda negra por un canal detrás de la cárcel pública de Mao.