La propuesta del líder empresarial Pedro Brache para que el sector empleador realice voluntariamente un ajuste de salarios tomando en consideración los niveles de inflación que el país ha sufrido en el último año, es una de las sugerencias más sensatas y justas de los últimos tiempos.
Brache es el presidente del Consejo Nacional de la Empresa Privada, CONEP, y de los propietarios de la Pasteurizadora Rica, una de las empresas más populares del país, que tiene fama además, por tratar bien a sus trabajadores y preocuparse por sus niveles de crecimiento, basado en la filosofía sonriente del doctor Julio Brache, el fundador.
La propuesta del señor Pedro Brache no es ociosa. Durante la pandemia del COVID-19 las empresas perdieron dinero y mucho de su personal emigró para encontrar las calles en crisis. Sin embargo, las empresas del sector industrial farmacéutico, las farmacias y relacionadas crecieron enormemente. Y las industrias ya se recuperaron.
Ha sido tanto el crecimiento de las farmacias que tuvieron que ensanchar el personal. Solamente los supermercados, que aumentaron sus negocios como hongos, pudieran compararse en el crecimiento de sus capitales con el sector farmacéutico.
Lo que el señor Brache pide está en el sentido común. Los salarios no han sido aumentados por la decisión del ministerio de Trabajo porque esa institución y su entelequia el Comité de Salarios, no han ido nunca al compás del desarrollo del país, ni han defendido el interés de los trabajadores.
Se creyó que al nombrar a un hijo de Hatuey Decamps en el puesto, un dirigente del Partido Revolucionario Dominicano, PRD original, que siempre enarboló los temas de la justicia social distributiva, los asuntos cercanos a los trabajadores serían relanzados.
Ahora se ve que el sector empresarial intuye que con salarios tan bajos como los que prevalecen en la Republica Dominicana, las empresas no solamente pierden talentos, sino que contribuyen a la injusticia social, se contradicen con las enseñanzas pastorales que se cree profesan.
La haitianización
La haitianización que vive la Republica Dominicana se sostiene en el pilar de los bajos salarios que han hecho a los trabajadores especializados de la construcción abandonar sus puestos para que los ocupen paisanos de Haití, que salen de los campos sin ninguna preparación a construir torres.
Se podría decir ya que está a la vista de todos, que la mano de obra de construcción haitiana ha dañado el perfil arquitectónico de la capital y Santiago; han impuesto, lo he dicho antes, un pañete de mazacote hasta en los nuevos edificios de la UASD, construidos durante el régimen de Leonel.
Se diría también que los bajos salarios lo dañan todo. La ventaja que puede derivarse de los mismos es que la RD ha visto crecer después de la pandemia un enjambre de pequeñas empresas llamadas mipymes y servicios a domicilio o deliverys que, aunque afectan el tráfico, ofrecen mejor salario.
Un periodista comentó entre amigos que mientras buscaba un apartamento para comprar, encontró haitianos, algunos educados que hablan francés, creole, inglés y español, en las áreas de concierge y otros menos afortunados como en la limpieza, remanentes de las construcciones.
Al fin, siguió contando, al conseguir el apartamento que más le gustó se encontró con que de cuatro empleados del servicio doméstico, tres son haitianos, uno de ellos de llegada reciente porque su español es bastante atropellado. Así, por los bajos salarios el país sigue llenándose de haitianos.
Los residentes en condominios en las zonas afluentes de Santo Domingo y Santiago están compitiendo a ver cuáles pagan salarios menores. Los haitianos, además, no van al ministerio de Trabajo para reclamar y son lo más cercano a la gente dócil que pudiera trabajar durante horas muertas.
Que los grandes supermercados del país que han crecido como hongos en los últimos años no paguen salarios a sus empacadores, sino que dejan esa función a los clientes, es una contradicción al texto constitucional y al mensaje bíblico que predica que el trabajo debe ser remunerado.
El mismo líder de supermercado que hace tiempo respondió a la pregunta periodística sobre esa falta de salarios a los empacadores con un: “nosotros no los llamamos”, ha estado en maridaje con los últimos gobiernos para diversificar sus negocios con las construcciones de barrios del sector oficial.
Así han creado grandes conglomerados que si fuera en los Estados Unidos motivarían al Tío Sam a indagar sobre sus ganancias excesivas y las fallas impositivas. El presidente Biden, de ese país, ha reclamado que los salarios sean mejorados y que las compañías y los ricos paguen más impuestos.
Los obreros viven mal
Los obreros viven muy mal ahora, no por culpa del régimen de Abinader sino por los anteriores y los que han abierto las puertas a los inmigrantes. No se puede pretender que en dos años un gobierno pueda cambiar el panorama de muchos años como cuando el CEA “adquiría” braceros en Haiti.
Recuerdo que los obreros que trabajaban bajo la dirección de mi padre, Ceferino Rosa, tenían sus casas. Las construían con la ayuda de papá y un “convite” de los otros trabajadores. El esposo de Juaniquita, prima de papá, limpiabotas de saco y corbata en el parque Colón tenía su casa.
Papá compró hace más de 70 años en María Auxiliadora dos solares que totalizaban casi 800 metros donde se construyó y aún está en pie la vieja casa familiar. Los obreros estaban tan bien que no vendían las fundas de cemento Colón. Yo las reunía y las vendía en Villa Consuelo. Mi primer ingreso.
En mi niñez recuerdo en ese barrio solamente a tres haitianos. Uno el profesor de francés en La Normal, Alfred Viau Renaud, padre del intelectual y mártir haitiano de la revolución de abril, Jaques Viau; el padre Serge Lamothe, primer salesiano haitiano y Marcelino, el fiel criado de la parroquia.
De los trabajadores se acuerda poca gente; no son mencionados en el sermón de las 7 palabras el Viernes Santo que se ocupa de los temas políticos y de atacar a los gobiernos porque eso genera publicidad y nombradía a los sermoneros. Los trabajadores no caben en el Gabinete.