Jovenel Moise asumió la Presidencia de Haití tras dos años de inestabilidad política, una constante en este país, que enfrenta ahora la dura tarea de garantizar la seguridad ciudadana tras la retirada de la Misión de la ONU (Minustah), después de 13 años de presencia en esta nación.
Moise, de 49 años, empresario del banano y sin experiencia previa en política, tomó posesión el 7 de febrero con un mensaje de unidad para construir un mejor Haití, que aún sufre las secuelas del potente terremoto de enero de 2010 que dejó unos 300.000 muertos, igual cantidad de heridos y 1,5 millones de damnificados.
La llegada al poder del nuevo presidente terminó con un año de Gobierno provisional encabezado por el expresidente del Senado, Jocelerme Privert, que se hizo cargo del Ejecutivo tras cumplirse el mandato de cinco años de Michel Martelly sin que se hubiera elegido su sucesor debido a una crisis política y electoral.
“Voy a necesitar a todos, los candidatos, los políticos, los que votaron por mí y los que no votaron para cambiar este país, para construir un mejor Haití para todos”, afirmó Moise en su discurso de investidura, consciente de la realidad de esta nación, donde casi el 60 % de la población vive por debajo de la línea de la pobreza.
Moise también asumió el reto de ayudar a la nación a recuperarse de los daños causados en octubre de 2016 por el huracán Matthew, que dejó 573 muertos, provocó el rebrote de la epidemia de cólera desatada en 2010 y pérdidas totales por 2.000 millones de dólares (el 20 % del PIB), la cuarta parte de esa cantidad en el sector agrícola, según datos oficiales.
Este año el país volvió a sufrir los daños, con dos semanas de diferencia, de otros dos huracanes: Irma y María.
Los dos ciclones coincidieron con una serie de multitudinarias protestas por la aprobación de la Ley de Presupuesto, que eleva los impuestos de varios servicios públicos.
Tras un crítico 2016, los pronósticos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) respecto a la economía haitiana señalan que terminará el año con un crecimiento de 1 %, que llegará a un 2 % en 2018.
Entre grandes expectativas, Moise lanzó en mayo un proyecto que llama ‘la caravana del cambio’, un plan para ayudar a relanzar la producción nacional, especialmente en el sector agrícola, vital para la empobrecida nación.
La iniciativa ya está funcionando en El Valle de Artibonite, en el norte del país, aunque los resultados aún son muy pobres.
Haití es un país extremadamente vulnerable a los fenómenos naturales, y en agosto pasado, como parte de una estrategia entre el Gobierno, organismos internacionales y la sociedad civil, la nación lanzó una iniciativa para luchar contra el cambio climático y la deforestación, con una inversión de 300 millones de dólares.
Haití termina 2017 con la tarea de garantizar la seguridad ciudadana tras la retirada de la Minustah, puesta en marcha en 2004 con el fin de apoyar al país después de que un movimiento armado derrocara al entonces presidente, Jean-Bertrand Aristide.
La misión de la ONU, que había sido reforzada para ayudar a Haití a recuperarse tras el sismo de 2010, dio paso tras su marcha a una pequeña presencia policial, bautizada como Minujusth, que se centrará en apoyar a la Policía, promover el Estado de derecho y vigilar el respeto de los derechos humanos.
Un mes después del retiro de la misión, en el país se ha registrado el asesinato de ocho agentes policiales, lo que pone en evidencia la fragilidad del cuerpo policial.
El Gobierno de Jovenel Moise decidió este año resucitar el antiguo Ejército, disuelto por Aristide durante su primer mandato, en 1995, por la participación de sus miembros en golpes de Estado y violaciones a los derechos humanos.
La decisión de Moise divide a la sociedad, ya que el Ejército está acusado de algunos de los peores crímenes en la historia de esta nación.