En una fría y húmeda celda de dos metros de largo por dos metros ancho, cerrada con una portentosa puerta de acero que sólo permite visualizar el exterior a través de una pequeña rendija a la altura de los ojos, el dirigente opositor Leopoldo López cumplió ayer el primer año de reclusión en la cárcel militar de Ramo Verde.
La detención del líder opositor ha desatado numerosas reacciones de organismos internacionales, grupos humanitarios y de los gobiernos de Estados Unidos y Colombia que han abogado por su liberación por considerarlo un preso político, mientras el presidente Nicolás Maduro ha dicho que el arresto de López, al que llama el “monstruo de Ramo Verde”, es una acción apegada a la justicia por considerarlo responsable de la muerte de 43 personas y las lesiones de 878 ocurridas en las protestas del año pasado.
Su detención, hace un año, fue tal vez el momento más cinematográfico de la oposición: el líder fue filmado y fotografiado mientras le daba un beso de despedida a su mujer antes de ser arrestado en medio de una multitud de seguidores. En abril del año pasado, la Fiscalía General lo acusó de los delitos de incendio, instigación pública, daños a la propiedad pública y asociación para delinquir.
Las protestas decayeron meses después de que López fuera llevado a la cárcel pero la ironía, para muchos, es que las cosas en Venezuela han empeorado desde entonces por los severos problemas de desabastecimiento y una recesión que amenaza con agudizarse por la caída de los precios del petróleo; principal fuente de ingresos del país suramericano.
La emoción y energía de los opositores se han ido desvaneciendo mientras la gente se centra en preocupaciones más apremiantes como encontrar alimentos y productos básicos, y blindar sus ahorros ante la amenaza de una desbordada inflación del 68%.
La crisis no sólo afecta al gobierno. La alianza opositora, agobiada por marcadas discrepancias entre sus miembros, también enfrenta una crisis interna que le ha impedido capitalizar el creciente malestar que hay entre los venezolanos por la situación económica, la pérdida de popularidad que enfrenta Maduro que, para finales del año contaba con un respaldo popular del 22%, y el descontento generado por la detención de López.
La oposición ha tratado de impulsar su movimiento capitalizando la frustración de la gente pero las manifestaciones han sido pequeñas y esporádicas y se disipan al caer la noche. La gente ahora prefiere quedarse en casa por el miedo generado por la represión desatada durante las protestas del año pasado, el temor que infunden los llamados colectivos, que operan en barrios pobres, y la resignación al estado general de las cosas en Venezuela por los escasos resultados que tuvieron las marchas.
El dirigente opositor, de 43 años, pasó casi doce meses recluido en una celda con unas dimensiones de más del doble de la que tiene actualmente. La madrugada del 13 de febrero fue trasladado en castigo a otro calabozo más pequeño del segundo piso del anexo B del penal tras una requisa que hicieron en su celda más de dos docenas de hombres armados, con los rostros cubiertos con pasamontañas, pertenecientes al servicio de contrainteligencia militar, según el abogado del opositor, Juan Carlos Gutiérrez, que lo visitó el pasado fin de semana en el penal.
A López le incautaron un ipod y un teléfono celular, prohibido en las prisiones, y se presume que esa es la razón del castigo que implicó, además, la suspensión de las visitas de sus familiares por varias semanas. Ramo Verde, no obstante, es la excepción de un sistema carcelario de más de una veintena de penales donde existen problemas de corrupción, tráfico de drogas y armas, y graves dificultades derivadas por un desbordado hacinamiento, lo que hace de esta cárcel militar una de las más privilegiadas del país por su limitada población.