De tradiciones y embajadas
Por Federico Alberto Cuello Camilo
Embajador de la República Dominicana
Ante el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte
República Dominicana ocupa desde el 1 de septiembre de 2016, por autorización del Canciller Miguel Vargas, un local digno de la importancia que tienen nuestras relaciones con el Reino Unido, país que para 2015 ya era nuestro principal mercado bilateral en la Unión Europea y que desde 2017 nos manda más turistas que España. Aún así, el alquiler que aquí pagamos no difiere del de nuestras embajadas en otras ciudades comparables.
Por largo tiempo República Dominicana ocupó locales dignos en esta ciudad. Quizás el mejor haya sido la vieja casa del ex-Primer Ministro Neville Chamberlain—el apaciguador de Hitler, predecesor de Winston Churchill—, en el exclusivo Eaton Square del barrio de Belgravia, cuya biblioteca nutrió las horas de lectura de nuestro embajador Julio Vega Battle y de esos hijos que desde entonces nos han dejado tantas publicaciones memorables.
Desafortunadas declaraciones de funcionarios dominicanos durante la guerra de las Malvinas llevaron a la Primera Ministra Margaret Thatcher a cerrar su embajada en Santo Domingo, lo que conllevó, en reciprocidad, la aún más desafortunada decisión de cerrar nuestra embajada en Londres, en vez de bajarle el nivel, para no perder la sede que entonces ocupaba quien había llegado a ser el Decano del cuerpo diplomático, nuestro embajador Alfredo Ricart Pellerano.
No fue sino hasta 1998 que República Dominicana recuperó una presencia permanente en Londres, ocupando hasta marzo de 2016 un local cuya única ventaja era su reducido precio. La ola especulativa que pese al Brexit todavía se deja sentir llevó al propietario a pretender, a finales del año 2015, triplicarnos el alquiler mensual, lo cual no sólo no se justificaba sino que habría sido imposible cubrir con nuestra dotación.
Por autorización del entonces Canciller Andrés Navarro, procedimos a buscar por largos meses dónde reinstalar nuestra embajada. El único que aceptó acogernos, de las decenas de locales visitados, fue el que actualmente ocupamos, localizado en Gloucester Square No. 8, a unas dos cuadras del que ocupa la Embajada de Sri Lanka, no muy lejos de la representación guatemalteca, la guyanesa y de la que antes ocupábamos.
No es esta la primera vez que me toca mudar una embajada. También en Ginebra y en Bruselas debí actuar para contar con sedes más acordes al rol activo y efectivo que juega la República Dominicana en el escenario internacional, en particular por nuestra habilidad de saber llevarnos bien con todos y de ganarnos su respeto como mediadores o como voceros.
A diferencia de esos otros destinos diplomáticos, sólo en Londres es necesario que el Secretario de Relaciones Exteriores confiera por escrito la inmunidad diplomática que regirá sobre el local (y sobre la residencia, usualmente separada de la embajada); y, también, que el Consejo de la municipalidad en la que se encuentra el local autorice el uso que se quiere dar al mismo: el llamado permiso de planificación (“planning permission”).
Ya desde antes de tomar posesión del local, en su carta del 4 de mayo de 2016 otorgándole la inmunidad diplomática, el Secretario británico de Relaciones Exteriores la vinculaba a la obtención del permiso de planificación, lo cual procedimos a solicitar nueve días después, apoyados en servicios especializados de asesoría.
Como se argumenta en la documentación que sustenta nuestra solicitud, las regulaciones aplicables recomiendan (no obligan) a instalar embajadas sólo en tres barrios londinenses con escasa y costosa disponibilidad (Mayfair, Belgravia y Portland Place), quedando el resto de las edificaciones sujetas a dos usos alternativos exclusivos: residencial o comercial. Estando nuestra sede a pocos metros de la frontera con Mayfair, y no siendo la única embajada de la zona, albergábamos la esperanza de que el Consejo de Westminster tendría flexibilidad con nuestro caso.
Desde entonces esperamos la decisión del Consejo de Westminster, decisión que de seguro nos será desfavorable por la oposición de poderosos intereses; ello, pese al bajo impacto de nuestras labores para el barrio o a la revalorización del local que ha significado nuestra instalación en el mismo, luego de haber estado desocupado por más de dos años.
Una nota del vespertino londinense “Evening Standard”, publicada precisamente en el día de nuestra independencia nacional, cita al Dr Allen Zimbler, Presidente de Hyde Park Estates Association, entidad que representa los intereses inmobiliarios de la iglesia Anglicana.
La entidad que dirige el Dr Zimbler es propietaria de los terrenos donde se encuentra el local de la embajada. Es, así, parte interesada en el proceso. El local, en cambio, es propiedad de la familia Sohail. Mientras el Dr Zimbler se opone —en nombre de la Asociación que dirige— a la presencia de nuestra embajada sobre sus terrenos, la familia Sohail no tiene la más mínima objeción.
Se alega en la nota del Standard que llevamos tres años en el local, cuando la realidad es que sólo llevamos 16 de los 36 meses de duración del contrato de alquiler.
Se alega también que nuestra presencia en el local acarrea problemas con los parqueos de los demás inquilinos. Precisamente para evitar cualquier problema pagamos por dos parqueos diplomáticos, no pudiendo disfrutar de este privilegio por no haber recibido todavía la autorización de planificación del Consejo de Westminster.
En todo caso, por la cercanía a dos importantes estaciones de tren (Paddington y Lancaster Gate) y sobre todo por suministrar servicios consulares en línea, es nulo el impacto de nuestros visitantes sobre los parqueos.
Si hay problemas con los parqueos no son causados por la embajada, sino por los vehículos de los contratistas que realizan interminables remodelaciones en locales vecinos.
¿Qué problemas le puede generar a un barrio una embajada que trabaja de 9am a 4pm, que ha embellecido el interior y fumigado contra plagas? ¿Que paga puntualmente su alquiler y que dista mucho de ser la única embajada ubicada en el entorno?
Respetuosos de las tradiciones ancestrales de un país en el que todavía—desde la edad media—la propiedad de la tierra no necesariamente coincide con la propiedad de las edificaciones, República Dominicana acatará la decisión del Consejo de Westminster, sea cual sea.
Nos quedará, eso sí, el mal sabor de un trato discriminatorio apoyado en el uso sesgado de los medios, debiendo desde ya que reiniciar la búsqueda de otro local, junto a Costa Rica, Panamá, Nicaragua y a tantos otros países que también están siendo presionados por razones similares para mudar sus embajadas en Londres.