Mercy Carrión es una de las pacientes del doctor Jaime Guevara-Aguirre, director del Instituto de Endocrinología, Metabolismo y Reproducción en Quito (Ecuador). Tiene 50 años, mide poco más de un metro, y padece obesidad. Pese a esto, no tiene ningún signo de diabetes ni hígado graso y mantiene una tensión arterial perfecta, de 100/70.
“Es por esto que no se preocupan mucho por su dieta”, reconoce Guevara-Aguirre a Peter Bows, que ha narrado su visita a las montañas de Ecuador en ‘Mosaic’. La nevera de Carrión está repleta de carnes rojas, huevos y mortadela, y aunque come muchas bananas las prepara siempre fritas. Con esta dieta hipercalórica es imposible huir del sobrepeso, pero, a diferencia de cualquiera de nosotros, en su familia la obesidad no está relacionada con problemas de salud.
Carrión, como muchos de sus parientes, tiene una rara mutación genética conocida como el síndrome de Laron. La enfermedad fue identificada a finales de los años 50, cuando el investigador israelí Zvi Laron, que trabajaba con pacientes que sufrían retraso en el crecimiento, observó que algunos de ellos tenían unos marcadores sanitarios impropios de su condición física. El científico tardó casi 20 años en identificar la causa de esto. Pero en 1966 publicó sus conclusiones.