Que una mujer sea elegida para ejercer la Presidencia de su país –o reelegida, en algunos casos– no es una noticia extraordinaria en el panorama actual de América Latina, lo cual, en sí mismo, es una muy buena noticia. En los últimos 23 años, seis mujeres han alcanzado la jefatura de sus Estados a través de elecciones; cuatro de ellas durante la última década, de las cuales dos han sido reelectas. Este incremento del poder político de las mujeres durante los últimos años responde, a su vez, a un proceso más amplio de mejoras socio-económicas en la región; pero no necesariamente se ha traducido en mejores políticas de igualdad de género ni en menos discriminación en el seno de la sociedad.
Hubo otras que por diversas circunstancias ejercieron como presidentas interinas o encargadas en sus países: Isabel Martínez de Perón en Argentina (1974-76), Lidia Gueiler en Bolivia (1979-80), Rosalía Arteaga en Ecuador (tres días en 1997) y Janet Rosemberg en Guyana (1997-99). Pero Violeta Chamorro fue la primera mujer en ascender al cargo a través de elecciones, cuando obtuvo una mayoría de 54,7% de los votos en los comicios realizados en Nicaragua el 25 de abril de 1990. Han transcurrido 23 años desde entonces y otras cinco candidatas han ganado siete procesos presidenciales en el ínterin: Mireya Moscoso en Panamá, en 1999; Michelle Bachelet en Chile, en 2006 y en este diciembre de 2013; Cristina Fernández, de Argentina, en 2007 y en 2011; Laura Chinchilla en Costa Rica, en 2010; y también en 2010,Dilma Rousseff, quien volverá a competir por Presidencia de Brasil a finales de 2014, con altas probabilidades de triunfo.
Esto ha sido posible gracias a un proceso mucho más amplio de cambios socioeconómicos que se ha desarrollado en América Latina durante los últimos 20 años y que a su vez ha redundado en el crecimiento de la participación general de las mujeres en la vida pública. “En las últimas dos décadas se ha incrementado mucho la participación laboral de las mujeres, hasta un promedio regional superior al 50% y 70% entre las mujeres de edad reproductiva.. En la mayoría de los países de la región, el promedio de educación formal entre las mujeres es más alto que entre los hombres y hay más mujeres que hombres graduándose en las universidades. Las tasas de fertilidad también bajaron mucho. Y gracias a este conjunto de factores, las mujeres están reivindicando una posición más pública en las sociedades”, ha explicado a EL PAÍS la politóloga Merike Blofield, investigadora asociada al Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami.
Aún antes de tomar las riendas del Poder Ejecutivo de sus países, las mujeres ya contaban con una amplia presencia en el Poder Legislativo y se ha incrementado todavía más con la reforma de los sistemas electorales, la entrada en vigor de leyes que establecen cuotas mínimas de representación –de entre 30% y 40%– y la voluntad de las organizaciones políticas. De acuerdo a los cálculos de la Unión Interparlamentaria, el 24,1% de los escaños de las Américas, sumando los de ambas cámaras, están ocupados por mujeres; un porcentaje tres puntos mayor al del promedio mundial, de 21,3%. En los países de América Latina el número de mujeres parlamentarias es incluso mayor que en Estados Unidos donde, sin embargo, las mujeres tienen una gran presencia en la vida pública.
Pero la influencia efectiva que ejercen los Parlamentos es discutible en la mayoría de las naciones latinoamericanas, donde impera el presidencialismo y donde suele otorgársele al Ejecutivo más poder que en otras regiones. Desde esa perspectiva, que una mujer sea electa para la Presidencia de la República cobra especial significación; resta evaluar la naturaleza de su liderazgo, cuánto ha dependido de la voluntad de hombres fuertes y cuánto de sus propias cualidades políticas. “Si vemos a las cuatro presidentas (de esta década), todas han sido sucesoras de presidentes hombres muy populares y candidatas de las mismas coaliciones de partidos. Su primera elección era segura, pues representaban la continuidad del Gobierno en funciones. Bachelet recibió el poder de manos de Ricardo Lagos (en 2006); Dilma Rousseff, de Luiz Inacio Lula Da Silva; Laura Chichilla, deÓscar Arias; y Cristina Fernández de Kirchner, de su esposo”, ha apuntado Blofield, no sin antes aclarar que esta situación ha evolucionado hacia la construcción de liderazgos autónomos, como el de Michelle Bachelet en Chile –reelecta este diciembre con amplio margen, gracias a su gestión anterior en el Gobierno—y el de Dilma Rousseff, quien probablemente obtendrá también la reelección en Brasil a fines de 2014.
Aún a pesar del terreno ganado en poder y participación política, queda mucho por hacer en las sociedades latinoamericanas en cuanto a la implementación de programas y reformas que garanticen la igualdad de género y la no discriminación en la sociedad. La experiencia ha demostrado que la presencia de una mujer en la casa de Gobierno no es una garantía automática. Paradójicamente, el país donde menos mujeres participan en política, Uruguay, está a la vanguardia regional en políticas de igualdad de género y derechos reproductivos. Mientras tanto Argentina, donde Cristina Fernández lleva dos periodos consecutivos de Gobierno, se está quedando atrás en indicadores de conciliación entre la vida familiar y laboral de las mujeres. Tal vez el ejemplo más irónico sea Venezuela, donde las mujeres dirigen el 39% de los ministerios y tres de las cinco ramas del Poder Público, pero en su desempeño son solo grises cajas de resonancia de la voz del presidente.