Algunos de los peores ataques de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, han ido dirigidos a China. La ha acusado de “violar” a Estados Unidos con sus políticas de comercio y de crear el “engaño” del calentamiento global para socavar la competitividad estadounidense. Entonces, ¿por qué tantos asesores y comentaristas chinos tienen una actitud optimista acerca del futuro de las relaciones entre los dos países?
La razón parece ser el que Trump es un hombre de negocios y, parafraseando al presidente estadounidense Calvin Coolidge, el negocio de China son los negocios. Se piensa que China puede manejarse mejor con un hábil y experimentado negociador como Trump que con una Hillary Clinton supuestamente más ideologizada.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Foto: Archivo
© elEconomista.es Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Foto: Archivo
A mucha gente le sorprendería ver que se categoriza a Clinton como una ideóloga. Y hay escasa evidencia que respalde la afirmación de que la gente de negocios encarna de alguna manera el pragmatismo, dado que tantos poderosos líderes de negocios estadounidenses muestran un alto nivel de ideologización. Por ejemplo, los hermanos Koch se aferraron tercamente a ideas libertarias inviables y claramente desacreditadas, y numerosos directores ejecutivos de las empresas de la lista Fortune 500 tienden instintivamente a alinearse con los republicanos, a pesar de que la economía estadounidense muestra mejores resultados en administraciones demócratas.
Nadie debería olvidar el infame e imprudente consejo de Andrew William Mellon al presidente Herbert Hoover en vísperas de la Gran Depresión: “Liquidar la mano de obra, liquidar las existencias, liquidar a los agricultores, liquidar los bienes raíces”.
La revelación de que Trump y la Presidenta Tsai Ing-wen de Taiwán hablaron por teléfono probablemente ha acabado con todo resto de esperanza de que el próximo gobierno estadounidense no sea sino un toro en una tienda de porcelana china. Esa llamada violó un protocolo (evitar contactos directos entre Estados Unidos y Taiwán a nivel presidencial) que los presidentes estadounidenses de ambos partidos habían observado cuidadosamente a lo largo de cuatro décadas.
La violación del protocolo diplomático por parte de Trump generó ondas expansivas por toda Asia, que no hicieron más que agravarse cuando en una serie de tuits preguntó si China había consultado con Estados Unidos antes de devaluar su moneda o construir una enorme base militar en el Mar del Sur de China.
Trump juega con fuego al poner en cuestión la política de “una sola China”. La gestión hábil y cuidadosa por gobiernos tanto republicanos como demócratas ha ayudado a mantener la frágil paz entre China y Taiwán. El objetivo principal de Estados Unidos es mantener el statu quo al disuadir a Taiwán de buscar la independencia de manera activa y desalentar el impulso de China de obligar a Taiwán a una reunificación apresurada.
En otro tuit Trump preguntó por qué no podía relacionarse con Taiwán a nivel presidencial cuando Estados Unidos le vende miles de millones de dólares en armamento. Sea fingida o no esa consternación, es verdaderamente preocupante que el presidente estadounidense la manifieste. Estados Unidos vende a Taiwán equipos militares destinados principalmente a autodefensa y como una señal a China de que no tendrá una actitud impasible en caso de que emprenda acciones militares contra la isla. Pero atenúa deliberadamente este mensaje al evitar contactos de alto nivel con Taiwán, con la intención de evitar darle a entender que contará con apoyo estadounidense en caso de que la isla llegase a declarar la independencia.
Por más de 40 años, esta doctrina de “ambigüedad estratégica” ha funcionado brillantemente. La paz ha sobrevivido a múltiples cambios de dirigencia a ambos lados del estrecho de Taiwán, y el comercio y la inversión entre Taiwán y China han florecido. Si Trump rompe esta arraigada política pueden producirse diversas consecuencias negativas. Para comenzar, podría envalentonar a Taiwán a ser más proactiva en sus intentos por romper el statu quo. De hecho, el propio Partido Progresista Democrático de Tsai tiene un compromiso oficial con la independencia de la isla y, si bien Tsai misma no ha intentado aún emprender objetivos revisionistas, la situación podría cambiar si siente que Trump simpatiza con su causa.
Trump podría causar daño al exacerbar al gobierno y los militares de línea dura de China, si confirma su creencia de que Estados Unidos desea socavar los “intereses centrales” de su país. En concreto, mantener las apariencias, si no la realidad, de que existe una sola China. Al principio, el ministerio chino de asuntos exteriores criticó tibiamente la llamada de Trump con Tsai, pero People’s Daily, el periódico oficial del Partido Comunista chino, ha manifestado desde entonces su rechazo de manera mucho más enfática, advirtiendo que “crear problemas en la relación entre China y Estados Unidos significa crear problemas para Estados Unidos mismo”. Poco después, la Armada china retuvo temporalmente un dron sumergible estadounidense en aguas internacionales. Claramente, China está dando señales de agitación.
No hay un método para hacer frente a la locura de Trump. En el mismo tuit en que justificaba su llamada con Tsai, repetía la falsa acusación de que China está devaluando su moneda para lograr ventajas comerciales ante Estados Unidos. Su conocimiento de la economía internacional no existe, o bien está atrasado diez años. En realidad, hoy sale de China una enorme cantidad de reservas en moneda extranjera y el país necesita apuntalar el valor del renminbi ante la fuga de capitales.
Parece que Trump está suscitando el antagonismo con China sin ninguna razón válida. Peor aún, al anunciar que Estados Unidos se retirará de la Asociación Transpacífico (diseñada, al menos en parte, para dar forma al comercio y las inversiones globales siguiendo más las reglas occidentales que la visión mercantilista de China), también está abandonando una política estadounidense que podría mantener a raya la influencia china en Asia.
Desde el anuncio de Trump, muchos países asiáticos han prometido unirse a un bloque regional liderado por China. Con la ayuda de Trump. Puede que el “Siglo de China” comience antes de lo que se espera. Al acercarse a Taiwán, atacar a China sin fundamentos sólidos y desmantelar el TPP, Trump provoca a China y, al mismo tiempo, la potencia y justifica. El suyo no es el arte de la negociación, sino el camino al desastre.