El Club San Carlos y el Enriquillo son dos de los lugares más emblemáticos del barrio, donde cientos de jóvenes se forman a nivel deportivo y cultural
San Carlos de Tenerife, hoy más conocido como San Carlos, es uno de los barrios más antiguos del Distrito Nacional, cuya historia se remonta al año 1685, a partir de una autorización de emigración de familias provenientes de las islas Canarias, principalmente de Tenerife, de donde proviene su nombre.
Sus costumbres y cultura han sido reseñadas por varios historiadores, y su iglesia San Carlos Borromeo, es reconocida por su valor arquitectónico, cuenta Tomás Ramírez, historiador del barrio. Se trata de una edificación típica de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII europeo, con un techo a dos aguas y frente plano, con una puerta en arco y una ojiva de forma redonda que permite la entrada de iluminación.
Tras más de tres siglos de historia, este barrio se ha constituido como un espacio importante para las competiciones deportivas barriales del Gran Santo Domingo, pero también donde se encuentra la sede de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Santo Domingo, entidad que impacta en la vida de más de tres millones de jóvenes del país, y promueve con sus espacios la inclusión social de los más vulnerables y la formación técnica de jóvenes a través de cursos trimestrales.
Clubes
Uno de los espacios más reconocidos del barrio es el Club San Carlos, que se fundó el 27 de octubre de 1973, fruto de la fusión de los clubes Gaspar Hernández y Manuel de Jesús Henríquez. Sus fundadores fueron Nelson Ramírez, Rafael Emelenciano, Freddy Alar, Pedro Pablo Díaz, Garibaldi Mejía y Rafael Sosa.
“Desde que comenzó hasta la fecha, este club es reconocido por los logros y el impacto que tienen los atletas que salen de aquí.
Pero más que enfocarnos en el deporte, también hacemos el esfuerzo de que los jóvenes tengan mejores oportunidades en otras áreas”, cuenta el presidente del club, Johnny Peguero, quien resalta los éxitos del club en el baloncesto superior y otras categorías. Además los jóvenes de San Carlos practican judo, lucha, karate, boxeo y voleibol. Incluso el club cuenta con uno de los mejores equipos de dominó del país.
Otro de los espacios importantes del barrio es el Club Enriquillo, una casa deportiva-cultural que tiene como inicio la caída de Trujillo, época en que un grupo de jóvenes se organizó con la idea de crear un lugar en donde los lugareños pudieran recrearse y practicar deportes.
En el Club Enriquillo se ofrecen cursos de canto, baile y teatro, áreas “que ayudan a mejorar la forma en la que los jóvenes actúan, porque se trata de arte y cultura. Nos han representado en varios concursos a nivel nacional, ocupando muchas veces los primeros lugares”, cuenta Antonio Muñiz, presidente del club.
Algunos de los abanderados de la iniciativa en ese entonces fueron José María Martínez, Francisco Morillo, Basilio Antonio Peláez, Américo Caminero, Reinaldo Esteban Muñiz, Héctor Castillo, Miguel Oller, entre otros.
Lucha por la igualdad
En San Carlos también existe la Casa de Acogida “Yo También” que se dedica a rescatar a niños en situación de calle, para brindarles la oportunidad de reinsertarse a la sociedad. En este espacio se les da educación y formación en valores cristianos. Es dirigido por la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Santo Domingo.
Durante veintidós años de trabajo, a través de los cuales han acogido a más de tres mil niños, esta casa se ha esforzado por mitigar un drama humano, que, precisamente por ser humano, amerita una atención razonable de la sociedad; los niños y niñas que huyen de sus hogares por ser víctimas o presenciar agresiones físicas, verbales, y hasta sexuales, y que encuentran en la calle un refugio.
De acuerdo con el coordinador educativo del espacio, Deivy López, el programa “Yo También” de la Pastoral Juvenil tiene como objetivo “impulsar un proceso de valoración de la persona del menor en situación de calle, de manera que pueda realizar una opción para encaminarse a regresar a su familia, a una familia sustituta o a una institución educativa”.
“La finalidad primordial del programa es liberar al muchacho en situación de calle, porque la calle es su primer enemigo. Como segundo momento se trata de ponerlo en condiciones de reintegrarse a un núcleo de vida de mayor estabilidad”, explica López.
Advierte que el lugar que se les ofrece a estos infantes no es ni quiere ser un internado, sino un hogar transitorio, en el que encuentren acogida y un ambiente de familia hasta tanto puedan ir a otro espacio vital que les proporcione las condiciones familiares y educativas que necesita todo ser humano.
“Este objetivo se ha cumplido en la mayoría de los casos y sólo con algunos hemos tenido que transigir en que se queden un tiempo prolongado en la casa, debido a que las condiciones no se daban para que pudiesen ser reubicados en una forma permanente. Estos son hoy colaboradores en el trabajo educativo de la Pastoral Juvenil”, asegura.
La Casa de la Juventud, también dirigida por la Pastoral Juvenil, pero es otro espacio que ofrece una gama de cursos en áreas como la informática, guitarra, manualidades, gramática, y otros, llegando algunos de ellos a dar pasos muy positivos en el aprendizaje de esas habilidades. A esto se añade la oportunidad de prepararse en técnica de radiodifusión a través de Radio Juventus Don Bosco.
Por otra parte, en la Casa de Acogida se les ofrece todas las mañanas, de lunes a viernes, clase de alfabetización y sala de tarea, así como práctica de teatro, formación humana y educación en la fe, “para que se integren, y se den cuenta del valor de la igualdad”, puntualiza López.
Recuerda que ha tenido que enfrentarse a situaciones muy complejas con estos niños, acostumbrados a dormir en las frías calles, a comer dos o tres veces a la semana, desprotegidos, y presa del abuso en todos los sentidos. “El trabajo que se hace aquí es mucho”, afirma.
Además, cuando ingresan al programa en tiempo hábil, se los inscribe en alguna escuela pública cercana, especialmente el Liceo Estados Unidos de América, la Escuela Brasil o en la Chile, por ser las que están ubicadas en la cercanía.
“Si no hacemos el esfuerzo, como sociedad, para que en lugar de rechazarlos, les tendamos una mano, no estamos contribuyendo con la igualdad en todo sentido. Nos entregamos a esta causa, porque son ellos quienes nos necesitan a nosotros más que nada”, señala López, a la vez que recuerda lo duro que han sido sus años como parte de la institución, “donde he visto de todo, porque esos niños vienen de un ambiente duro y dañino”.