WASHINGTON. “Buenas tardes conciudadanos. Este Gobierno, tal y como prometió, ha mantenido una férrea vigilancia sobre las operaciones del Ejército soviético en la Isla de Cuba”, con estas palabras el presidente de EEUU, John Fitzgerald Kennedy, comenzaba un discurso llamado a que no cambiara el curso de la historia.
Este domingo se cumplen 55 años de ese crucial discurso, que fue emitido tanto por radio como en una televisión aún en blanco y negro, y que tuvo paralizado a todo un país que escuchaba atentamente cada una de sus 2.434 palabras, once de las cuales coincidían: “nuclear”.
Unas palabras que cambiarían el mundo, aunque en realidad fueran pronunciadas precisamente para todo lo contrario, para que no cambiara, para evitar un posible holocausto nuclear que hubiera convertido, según dijo el presidente, “el fruto de cualquier victoria en ceniza en nuestras bocas”.
A estas alturas, el escenario es bien conocido por todos. El 14 de octubre de 1962 fotografías tomadas por aviones U2 del servicio de inteligencia estadounidense revelaban la presencia de 8 lanzaderas y 16 misiles de medio alcance en la región occidental de la isla.
“Era evidente que estas armas estratégicas, que eran fiables y modernas, estaban destinadas a ser manejadas por la Unión Soviética y no para ser transferidas a Cuba”, señaló la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en un informe ya desclasificado.
Esta información dio paso a trece días de tensión en los que cualquier error de cálculo hubiera podido dar pie a un conflicto de consecuencias difíciles de imaginar.
“La actitud del presidente fue fundamental para desactivar la crisis. Kennedy buscó evitar cualquier intercambio nuclear, ya fuera voluntario o accidental”, señaló a Efe la historiadora jefe de la Oficina del Departamento de Defensa, Erin Mahan.
Una de las medidas clave adoptada por el mandatario fue la creación de un grupo de trabajo formado por asesores de su confianza, la mayoría de los cuales pertenecía al Consejo de Seguridad Nacional.
Fue este grupo de expertos el que abogó por hacer oídos sordos a los responsables del Estado Mayor, que apostaban por un ataque aéreo sobre Cuba, y por abrir una negociación con el Kremlin a través de canales no tradicionales al tiempo que se implantaba un bloqueo sobre la isla par evitar la llegada de nuevas armas.
Esta decisión acabaría siendo doblemente acertada, ya no sólo porque a la postre demostró ser el camino correcto para zanjar la crisis, sino porque además, al ataque aéreo le hubiera seguido el consiguiente desembarco de tropas estadounidenses en la isla y esa hubiera sido una acción abocada al fracaso.
Pese a los numerosos informes realizados por los servicios secretos, lo que desconocía en ese momento la inteligencia estadounidense es que las tropas rusas desplegadas en Cuba también estaban equipadas con armamento nuclear, lo que “podría haber acabado” con las tropas, valoró Mahan.
“A través de iniciativas por canales no oficiales, Estados Unidos acordó no invadir Cuba y retirar sus misiles de Turquía. Por su parte, (el soviético Nikita) Khrushchev se comprometió a desmantelar y retirar los misiles soviéticos y bombarderos ligeros de Cuba”, explicó la historiadora del Pentágono.
La otra medida clave de esta crisis también tuvo a las palabras como protagonista y no fue otra que la histórica alocución presidencial, ya que al informar al pueblo estadounidense, a corazón abierto, Kennedy quedó legitimado para actuar con total libertad a sabiendas de que su honestidad le había granjeado el respaldo de todo el país.
“El camino que hemos elegido en estos momentos está lleno de peligros, como todos los caminos. Pero es el más coherente con nuestro carácter y nuestro valor como nación (…). Y un camino que nunca elegiremos, es el camino de la rendición y de la sumisión”, concluyó Kennedy en su alocución.
Y, en realidad, esa fue la clave. Encontrar un camino en el que no hubo vencidos, pero tampoco vencedores. Posiblemente la única vía que podía evitar que alguien acabara con ese desagradable sabor a ceniza en la boca. EFE/Rafael Salido