Por Asma Alsharif y Tom Perry
EL CAIRO (Reuters) – La sede en El Cairo del movimiento gobernante de Egipto Hermanos Musulmanes fue asaltada el lunes, en momentos en que el presidente Mohamed Mursi se negaba a ceder frente a las millones de personas que han salido a las calles para exigir su renuncia.
El movimiento islamista, que operó en las sombras hasta el derrocamiento del líder autocrático Hosni Mubarak en 2011, dijo que estaba buscando cómo defenderse.
Las ciudades recobraban la calma luego de las masivas manifestaciones del domingo, las más grandes registradas desde la revuelta de la Primavera Árabe, aunque los saqueos en las oficinas de Hermanos Musulmanes pusieron de manifiesto la profundización de la polarización política, llevando al movimiento de hablar de actuar en defensa propia.
Cuatro ministros del Gobierno que no pertenecen al partido renunciaron al Gabinete, aparentemente como señal de empatía con los manifestantes, subrayando la sensación de aislamiento del grupo que ganó varias elecciones el año pasado.
Cómo terminará la crisis dependería de cuánto puedan sostenerse las protestas masivas, de si hay más violencia y de si otras fuerzas -incluidos militares, clérigos y potencias extranjeras preocupadas- presionan a las facciones para que negocien.
Para quienes consideran a las protestas la continuidad de la revolución que derrocó a Mubarak, las imágenes de jóvenes ondeando banderas nacionales en las saqueadas instalaciones de Hermanos Musulmanes recordaron el ataque a las oficinas del entonces partido gobernante de Mubarak, cuya estructura carbonizada aún puede verse a través del Nilo.
Ocho personas murieron en una noche de enfrentamientos en los alrededores del edificio de Hermanos Musulmanes, donde guardias dispararon a jóvenes que arrojaban piedras y bombas molotov. Un funcionario del partido dijo que dos de sus miembros resultaron heridos.
El portavoz del movimiento dijo a Reuters que el ataque había cruzado una línea roja de violencia y que entre las posibles respuestas podría estar la de reactivar los “comité de autodefensa” de la revuelta del 2011. “La voluntad del pueblo no se quedará sentada en silencio”, dijo Gehad El-Haddad.
El movimiento de Mursi se quejó de la falta de protección policial, lo que resalta su percepción de que está bajo acoso tanto por parte de la oposición liberal como del oficialismo estatal heredado del régimen previo.
SIN DIÁLOGO
Las facciones rivales se mantenían firmes en sus posiciones luego de una muestra de fuerza por parte de la oposición en la Plaza Tahrir de El Cairo y alrededor de todo el país.
Los organizadores liberales de la protesta, que declararon a Mursi derrocado por el poder del pueblo el domingo, le dieron como plazo hasta las 5 de la tarde del martes para que abandone el cargo y convoque a elecciones, o se enfrente a una nueva manifestación masiva.
Mursi, que no apareció en persona, renovó su ofrecimiento de diálogo a través de sus aliados y se comprometió a trabajar con un nuevo Parlamento que podría ser electo si pueden limarse las asperezas en torno a las reglas electorales.
La oposición no confía en el movimiento islamista, al que los críticos acusan de usar una serie de victorias en comicios para monopolizar el poder. Quieren una reforma total de las normas de una democracia de funcionamiento imperfecto en los últimos dos años.
Mursi nuevamente reconoció a través de un portavoz que había cometido errores y agregó que estaba trabajando para solucionarlos y que seguía abierto al diálogo.
El mandatario hizo ofertas similares la semana pasada que fueron desestimadas por la oposición. No obstante, Mursi no mostró señales de tener intención de renunciar.
(Reporte adicional de Alexander Dziadosz, Shaimaa Fayed, Maggie Fick, Alastair Macdonald, Shadia Nasralla, Yasmine Saleh, Paul Taylor y Patrick Werr.; Editado en español por Ana Laura Mitidieri)