EL CAIRO – Con asombrosa velocidad, Egipto ha pasado de ser una nación en crisis a un estado en verdadero peligro de caer en un prolongado episodio de violencia e incluso en una guerra civil.
La polarización se intensificó en Egipto desde que los islamistas subieron al poder después de la revuelta del 2011 que derrocó al autócrata Hosni Mubarak. Las grietas sociales y problemas potencialmente explosivos como la cuestión de identidad, los derechos de los cristianos coptos y otros grupos minoritarios además de los valores democráticos nunca han sido mayores.
La Hermandad Musulmana y sus aliados radicales se encuentran en un enconado enfrentamiento con los secularistas, liberales, musulmanes moderados y los coptos.
Ese cisma se acrecentó después que el presidente Mohammed Morsi, el primer presidente democráticamente elegido en Egipto, fuera derrocado en un golpe militar el 3 de julio. Pero fueron las mortíferas redadas policiales del miércoles -con topadoras blindadas y las fuerzas de seguridad aplastaron dos campamentos de manifestantes- acción que será recordada como el factor precipitante de algo que había comenzado como un enfrentamiento político se convirtió en un derramamiento de sangre.
“La chispa de la guerra civil ha saltado”, escribió al día siguiente el columnista islamista y escritor Fahmy Howeidy en la edición del jueves del diario independiente al-Shorouk. “La nación está al borde de un abismo”.
A la mezcla se suma el hecho de calificar de “terroristas” a los miembros de la Hermandad Musulmana de Morsi y a sus aliados en los medios estatales, así como las crecientes exhortaciones para que las autoridades tomen una actitud más intransigente hacia los islamistas.
En un esbozo de lo que podría avecinarse en el estado árabe de mayor población, docenas de ataques revanchistas y choques se propagaron por segundo día el jueves en El Cairo y en otras ciudades, demostrando la capacidad de ataque de los islamistas y dejando al descubierto el alcance de su furia por el derrocamiento de Morsi y la represión que ha dejado cientos de muertos.
Jóvenes enfurecidos atacaron edificios del gobierno y de las fuerzas de seguridad, provocaron incendios, interrumpieron la circulación en los caminos, incendiaron iglesias y atacaron más de 20 estaciones de policía.
En un hecho particularmente truculento, cuatro agentes murieron en una estación policial en las afueras de El Cairo después que el edificio fue atacado con lanzagranadas. Los atacantes a continuación degollaron al jefe de policía. Una acción que recordó la brutalidad registrada durante una insurgencia islamista contra el gobierno en la década de los 90, cuando Mubarak usó la fuerza para reprimir, matar y encarcelar a miles de islamistas.
En respuesta, el gobierno autorizó el jueves el uso de la fuerza mortal contra cualquiera que ataque a las fuerzas de seguridad o las instalaciones del gobierno.
Mientras tanto, la comunidad internacional condenó ampliamente el uso de la fuerza arrolladora para despejar el miércoles los campamentos de manifestantes. La lucha del gobierno respaldado por los militares contra la Hermandad hasta el momento ha sido respaldada por muchos egipcios, que son musulmanes pero que se oponen a los radicales.
“El ejército y la policía responderán con fuerza y la población les apoyará”, dijo un importante abogado y defensor de los derechos humanos, Gamal Eid.
Millones de personas se lanzaron a las calles días antes del golpe militar del 3 de julio para exhortar a la renuncia de Morsi, indignados por lo que consideraban sus esfuerzos de monopolizar el poder para él y la Hermandad, por no haber aplicado importantes reformas sociales y económicas y por su actitud agresiva contra el poder judicial, los medios, los militares y la policía.
Las protestas multitudinarias se transformaron en celebraciones el día de su derrocamiento. Y un similar número respondió a la invitación del jefe militar, el general Abdel-Fatá el-Sisi para que se congregaran en las calles el 26 de julio y demostraran su apoyo a lass medidas para impedir “la violencia y el posible terrorismo”.
Los militares y la policía también han perseguido a la Hermandad Musulmana y a grupos similares con acciones legales, arrestando a docenas, entre ellos a los líderes de alto rango.
La reacción negativa a la decisión de Mohammed ElBaradei de renunciar al cargo de vicepresidente interino en protesta por la violencia ilustraba la generalizada antipatía hacia la Hermandad y sus aliados. El laureado Premio Nobel de la Paz y ex director de la agencia atómica de las Naciones Unidas dijo que dimitía porque no deseaba ser considerado responsable por el derramamiento de sangre.
“Ha sido muy difícil para mí continuar asumiendo responsabilidad por decisiones que desapruebo y temo sus consecuencias”, destacó en su carta de renuncia. “Lamento que aquéllos que se benefician hoy son los quienes proponen la violencia, el terror y los grupos más extremos, y ustedes recordarán mis palabras”.
Su renuncia fue criticada duramente en público por Tamarod, el grupo de jóvenes que organizaron las protestas multitudinarias antes del derrocamiento de Morsi.
Antes de una protesta masiva convocada por los simpatizantes de la Hermandad para el viernes, el grupo Tamarod, que significa Rebelde, ha instado a los egipcios a que formen comités populares para contrarrestar cualquier tipo de violencia por parte de los islamistas durante las manifestaciones,