El Luis Severino que hoy exhibe un brazo sagrado con los Yankees y que este año concluyó tercero en la carrera por el premio Cy Young en la Americana, primero, en su niñez tuvo que sacrificarse fuertemente junto a su padre en el trabajo agrícola y en la pesca para poder levantar a la familia en su empobrecida Sabana de la Mar.
Mucho antes de poseer la poderosa recta que presenta en la actualidad y un pitcheo en cambio tan mortífero que “desnuda” a quienes enfrenta, la siembra y el corte de arroz, de plátanos, yuca, cacao, café, ñame formaban su diario vivir buscando garantizarle cada día a los Severino- Peña las famosas “tres calientes” en su pobre hogar en el sector las Cañitas del municipio ubicado a 44 kilómetros de la Provincia Hato Mayor del Rey.
Con machete, palas y aza en las manos, el niño Luis, quien para la época contaba con 10 años, se levantaba a los pocos minutos de escuchar los cantares de los gallos para junto a su padre, Rafael Severino partir con los primeros rayos del sol, a trabajar en los campos agrícolas en jornadas extensas que representaban mayor esfuerzo para un imberbe de su edad.
“Desde muy pequeño aprendí que para conseguir algo tenía que sacrificarme y lo hice trabajando en los campos agrícolas para que la familia pudiera comer”, señala Luis, quien aunque es el segundo de cuatro hermanos, pero pronto quedó como la primera opción para ayudar a su progenitor, pues el mayor Animerton ya buscaba conseguir ingresos por otros lados.
En su niñez, Severino tuvo que trabajar con dureza para ayudar a su familia
“En el pueblo existían mínimas opciones de trabajo, que no fuera la agricultura y la pesca, acompañaba a mi padre cada día”, expresa el lanzador de 23 años, tras su participación en el Café Deportivo del Listín Diario, siendo entrevistado por los periodistas Héctor J. Cruz, Editor Deportivo, Pedro G. Briceño y Freddy Tapia.
Poco tiempo después su progenitor adquirió un pequeño bote (Cayuco) para elevar producción en la pesca y esto aunque diversificó y elevó los ingresos de la familia, pero de esta forma también se incrementaron los trabajos para Luis, quien como cada niño también debía asistir a la escuela.
Un lanzador hecho con grandes sacrificios, el jovencito jugaba de manera rupestre en cualquier solar baldio en el municipio de mas de 11 mil habitantes, para la época no existían plays bien hechos, mucho menos ligas de béisbol debidamente establecidas.
Hoy, aunque el gran dinero aún no llega para Luis, pero con dos años ganando por encima del medio millón de dólares con los Yankees, unido al bono de 225 mil dólares con los cuales firmó ayudaron a arreglar la casita de los “viejos”, comprar una pequeña finca y varias cabezas de ganados.
Su papa Rafael está al frente de las labores, ya con mucho más comodidad, mayores ingresos sostenido por un brazo que ya en el 2017 comenzó a rendir los frutos esperados y que se espera sea uno de los pitchers más sólidos de toda las Grandes Ligas al menos por la próxima década.