SDEROT, Israel .- Los vecinos de las localidades del sur de Israel aledañas a Gaza llevan tiempo acostumbrados al sonido de las alarmas que les dan 15 segundos para refugiarse antes del posible impacto de un proyectil.
Pero en los últimos días, la intensificación de los disparos de cohetes y morteros, con la consiguiente respuesta de los bombardeos por aire del Ejército israelí, ha devuelto a los israelíes de estas comunidades a sus peores pesadillas, aquellas en las que se convierten en testigos obligados de un conflicto bélico.
“Lo que sucede aquí no se trata del segundo día de una operación militar, llevamos cerca de 14 años soportando el disparo de cohetes desde Gaza”, se queja Tzipi Alón, de 56 años y vecina de la localidad de Sderot.
Israel lanzó en la madrugada este martes la ofensiva “Margen Protector” con el objetivo declarado de restaurar la calma en la zona y asestar un duro golpe a Hamás, organización que asumió la autoría del disparo de decenas de obuses contra territorio israelí.
Con una voz cascada mientras consume hasta el extremo un cigarrillo, Alón reconoce: “Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a esto, pero esto no es vida”.
A su lado, una estación de autobuses con forma de refugio de cemento armado, como todas las de esta población situada a escasos dos kilómetros de la franja palestina, es una prueba meridiana del miedo en el que viven estas comunidades fronterizas.
También las patrullas policiales son blindadas y todas las casas tienen un refugio antiaéreo, mientras que escuelas e instituciones públicas y sanitarias son verdaderos búnkers para cuando se disparan las alarmas “Color Rojo”.
“Vivimos con tranquilizantes y tensión, si oímos un vehículo que da un bote creemos que es un “Kasam” -cohetes de corto alcance de Hamás-. Tenemos el miedo metido en el cuerpo”, reconoce Alón.
Las calles de esta población, de 24,000 habitantes y en pleno período vacacional, aparecen desiertas y como explica Marcelo Jodorenko, de 49 años y natural de Buenos Aires, la gente sale sólo para lo imprescindible.
Este porteño radicado desde hace dos décadas en la localidad apunta que Sderot tiene el extraño honor de contar con el único parte infantil “completamente blindado del mundo”, donde dos escultóricas serpientes y un castillo de hormigón albergan en su interior un refugio.
Una de las razones por las cuales la población no pega ojo por las noches es “por los constantes bombardeos sobre Gaza”, subraya Momi Elmergui, sefardí de 70 años y originario de Tánger, mientras se escuchan a lo lejos varios estruendos.
Con una bolsa de pan de pita en la mano y tocado por una kipá, este vecino de Nir-Am, el barrio más cercano a Gaza, del que dista 400 metros, explica que la gente aprovecha la mañana para hacer la compra porque “los palestinos están de ayuno por Ramadán”.
Y asegura que la solución al conflicto pasa “o bien por hacer la paz o liquidar a los terroristas que emplean a sus propios niños”.
Noi, camarera del restaurante “Tuvale”, que sólo es frecuentado de tanto en tanto por algún periodista, dice que en Ashkelón, situada a 10 kilómetros al norte de Gaza, la situación es aún peor.
Relata cómo ayer tuvo que detener su vehículo de camino a esa ciudad ante el sonido de las alarmas antes de ver cuatro cohetes en el cielo, tres de los cuales fueron interceptados.
En ese momento, un cohete de estas baterías surca el cielo dejando una estela en dirección a esa ciudad y poco después se escucha una explosión.
Desde la pasada medianoche más de 50 cohetes han alcanzado Israel y al menos 14 fueron interceptados en pleno vuelo por las baterías antimisiles.
Desde el inicio de la operación más de 200 cohetes impactaron en suelo israelí y 53 fueron derribados, según el Ejército.