El rostro de Fátima Custodio, madre de Wilfredo de la Cruz, el niño de siete años que desapareció sin dejar rastros el pasado 27 de septiembre de 2015, solo irradia dolor. Su angustia sigue intacta desde aquel día, pero aumentó mucho más cuando se confirmó el asesinato de la niña Carla Massiel, quien estaba desaparecida desde el 25 de junio de 2015.
“Cuando la semana pasada se confirmó que la osamenta que hallaron era de esa niña que estaba desaparecida, yo no sabía qué hacer. Yo siempre trato de no imaginarme lo peor, pero viendo a ese muchacho hablar (Dawin Trinidad) diciendo que hay más cadáveres de niños enterrados, no se puede descartar nada”, expresa entre lagrimas Fátima Custodio.
Custodio desea que las autoridades la pongan en contacto con Dawin, “porque él dijo que la red que se está llevando a los niños se roba uno de cada lugar, entonces yo quiero saber si ellos se llevaron a uno de por aquí. Quiero que él diga de dónde son esos otros niños que están enterrados”.
A pesar de todo, Fátima confía en que su hijo está vivo.
“Hasta el último momento yo estaré pensando que él está vivo. Como madre no aceptaré nada hasta que no lo vea. Mi instinto de madre me dice que él está bien, aunque a veces el corazón engaña, porque la madre de Carla decía que ella sentía que su hija estaba bien, y mira, ya estaba muerta”, dice.
Expresa que nunca va a perder las esperanzas y que jamás se resignará a pensar que su hijo está muerto.
Todo la hace recordarlo
Son muchos los detalles que hacen a Fátima recordar a su primogénito, como cada mañana cuando lleva a Esteban, su segundo hijo, a la escuela.
“Yo siempre los llevaba juntos a la escuela, cada vez que voy llevando a Esteban a la escuela solo digo: ay Dios mío. Todos los niños de la escuela se me parecen a él”, revela entre llantos.
Sin poder contener las lágrimas, expresa que cuando está cocinando algo que a Wilfredo le gusta, no puede contener el dolor que solo una madre que ha perdido a un hijo siente.
“En mi casa yo ni puedo cocinar por eso, porque si hago un chocolate a él encantaba eso; también era loco con las papas y no comía si no era con un refresco”, dice.
Para dormir, recuerda que todas las noches peleaba con su hermanito. “Yo recuerdo todo de mi hijo. Extraño todo eso”.
“El recuerdo es diario. A veces él se levantaba y yo le decía: ¡Pepe -que es el apodo que le decimos-, pellizca a Esteban para que se levante para ir a la escuela! Y él de una vez lo pellizcaba y le decía: ‘camina que nos vamos para la escuela’ ”, dice.
A Pepe le gustaba mucho ir a la escuela, recuerda Fátima, quien asegura que su hijo es muy activo e inteligente.