BERLIN (AP) — En las sombrías callejuelas de Berlín y otras ciudades de Alemania, mujeres con el cabello cubierto van al mercado a comprar carne de ternera y hojas de palma, mientras los ancianos pasan el tiempo en cafés, hablando en turco y leyendo diarios en turco.
Más de 3 millones de personas de origen turco viven en Alemania, un legado que quedó del programa que implementó la Alemania Occidental durante la Guerra Fría para reclutar a gente extranjera como trabajadores temporales para reconstruir al país tras la Segunda Guerra Mundial.
Lo que comenzó como un programa temporal ha transformado la sociedad alemana al punto que hoy proliferan las mezquitas, las tiendas árabes y los restaurantes de comida árabe.
La experiencia alemana con los “trabajadores extranjeros temporales” podría servir de guía para Estados Unidos en estos momentos en que se debate una reforma migratoria, al iluminar el debate sobre si se debe otorgarle ciudadanía a obreros extranjeros no calificados, o si se deben otorgar más visas a extranjeros para que puedan trabajar.
Décadas después de que concluyó en los años 70 el programa de trabajadores extranjeros, el país todavía hace esfuerzos por integrar a su población turca, el segundo mayor grupo de inmigrantes después de los alemanes venidos de la ex Unión Soviética o de otros países.
“Cuando un país atrae inmigrantes para trabajar, es muy difícil decirles después que se tienen que regresar”, dice Goecken Demiragli, una trabajadora social cuya abuela vino a Berlín desde Turquía en 1968. “Ese fue el gran error, pensar que si no los necesitamos se van a ir”.
Al comienzo, Alemania no pensó que necesitaría darle un proceso de integración a los inmigrantes.
Los alemanes estimaron que el sistema rotatorio de trabajadores temporales, en el que obreros de Turquía, los Balcanes y el sur de Europa trabajarían en las fábricas, funcionaría de modo que después de un par de años se regresarían a sus países, y serían reemplazados por otros inmigrantes en caso de necesidad.
Pero los empresarios de las fábricas se cansaron de tener que entrenar a otra ola de obreros cada dos años y persuadieron a las autoridades a aprobar las prórrogas de las visas.
Muchos inmigrantes, especialmente jóvenes turcos que huían del sofocante desempleo en su país, optaron por quedarse en Alemania, trajeron a sus familias y echaron raíces y construyeron sus vidas, a pesar de la discriminación en la educación, la búsqueda de vivienda y la búsqueda de empleo.
Aunque los inmigrantes podían obtener la residencia legal, no podían solicitar la ciudadanía hasta 15 años después de residir en el país, aunque luego el plazo fue reducido. Debido a que no sabían alemán y no había asistencia del estado para aprenderlo, se les hacía difícil conseguir empleo o cupos universitarios.
Como resultado, la comunidad turca permanece como unas de las menos integradas de la sociedad alemana, según el Instituto de Berlín para la Población y el Desarrollo.
Los críticos de la inmigración culpan a los propios turcos por su falta de integración, afirmando que se aíslan, se niegan a abandonar sus tradiciones rurales y se niegan a aprender alemán y a aprovechar las oportunidades educativas. Señalan que más del 90% de los matrimonios turcos son entre sí, lo cual es en parte debido a las restricciones en contra de casarse con gente fuera de su religión.
A lo largo de los años, la existencia de una sociedad paralela y marginada, con un idioma distinto, con costumbres distintas y religión distinta, ha generado reacciones adversas en un país que usualmente no se considera un nido de inmigrantes.
Grupos neonazis, en su campaña antiinmigración, han enfocado su ira contra los turcos. El mes entrante, comienza el juicio en Munich de un antiguo miembro de una pequeña célula neonazi acusado de matar a 10 personas, entre ellas siete inmigrantes turcos, en un periodo de siete años. La célula durante años evadió la justicia porque la policía al parecer siempre pensó que se trataba de ajustes de cuentas entre pandillas turcas.
Thilo Sarrazin, otrora funcionario de alto rango del Banco Central de Alemania, escribió en el 2010 un exitoso libro en que aseguraba que la inmigración estaba deprimiendo la inteligencia de la sociedad alemana, y que los inmigrantes árabes y turcos se estaban negando a integrarse a la colectividad. La controversia subsiguiente lo obligó a renunciar, pero se vendieron 1,5 millones de ejemplares de su libro.
Otros culpan a los sucesivos gobiernos alemanes por negarse a reconocer la gravedad del problema y por implementar sólo en los últimos años programas para combatir la discriminación, enseñar el idioma alemán y facilitar la naturalización.
“El gobierno de la Alemania Occidental debió haber tenido un programa eficiente de integración como parte de las medidas para las reunificaciones familiares, pero no lo hizo”, dice un estudio del Instituto de Políticas Migratorias, una institución académica con sede en Washington. “A raíz de ello, se arraigaron los problemas de integración para los inmigrantes de la Alemania Occidental”.
Entretanto, una generación entera de inmigrantes se crió con el sentimiento de sentirse foránea, aislada, viviendo en guetos y privada de participar en la política nacional. Incluso gente turca ya asimilada y educada opina que el estigma sigue vivo.
“Hay esa idea como que no somos iguales que los demás”, dice Demiragli, la trabajadora social, quien nació en Alemania pero no obtuvo la ciudadanía hasta que cumplió los 16 años. “Es un sentimiento que le va creciendo a uno por dentro si uno no tiene unos padres que lo apoyen y que le digan que todo el mundo es especial”.
Los casos de discriminación evidente han disminuido desde los años 70 y 80, cuando habían anuncios de ventas de viviendas en los diarios alemanes con frases como por ejemplo “Sólo para alemanes” o “No se permiten extranjeros”. Sin embargo, inmigrantes turcos siguen quejándose de barreras aunque más sutiles.
“Ahora es algo más escondido”, dice Bekir Yilmaz, director de una organización comunitaria turca en Berlín. “Si por ejemplo uno está buscando vivienda y habla bien el alemán, por teléfono te dicen que todo está bien, pero cuando vas en persona te dicen “oh, disculpe, el apartamento ya se vendió”.
Yilmaz cree que el problema ha empeorado desde los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, que empañaron la imagen de los musulmanes.
“Antes el enemigo era el comunismo, pero ya el comunismo se fue, ahora son los musulmanes”, dijo Yilmaz. “Los turcos en Alemania no son enemigos de nadie. Han vivido aquí durante años, sus hijos han nacido aquí. Es algo que no se ajusta a la realidad”.
Las actitudes de los alemanes hacia los inmigrantes y hacia el derecho a la naturalización también han sido un obstáculo para una integración plena. Aunque el modo de pensar de los alemanes está evolucionando, Alemania nunca se ha considerado un crisol de inmigrantes, como sí se considera Estados Unidos. En la sociedad alemana, lo que se valora es la conformidad.
A diferencia de Estados Unidos, Alemania no le otorga ciudadanía automática a los que nacen en suelo alemán. Aunque el proceso de naturalización ha sido abreviado, aún toma años y se necesita saber el idioma y la historia de Alemania para ser aprobado.
En el 2000, una nueva ley confirió la ciudadanía alemana a hijos nacidos de inmigrantes nacidos en Alemania. A los 23 años, los hijos deben decidir si mantener la ciudadanía alemana o quedarse con la de sus padres.
El gobierno de la canciller Angela Merkel ha rechazado pedidos de las comunidades inmigrantes, incluida la turca, de permitir tener una doble nacionalidad. Muchos inmigrantes son renuentes a solicitar la ciudadanía alemana porque no quieren perder la original.
“Creo que debemos tener nacionalidad doble aquí en Alemania”, comentó Ayvaz Harra, un ciudadano alemán de origen turco que vende pan en un mercado de Berlín. “Mi familia tiene propiedades en Turquía y me gustaría heredarla, pero ahora es imposible”.
Sin embargo, otros consideran que el problema fundamental fue que el gobierno no consideró plenamente las implicaciones a largo plazo del programa de trabajadores temporales.
“El problema aquí es que la gente tiene una imagen de cómo debe ser Alemania, y si alguien es un poco distinto, entonces no cabe”, dijo Demiragli. “Creo que dentro de 20 a 30 años será una sociedad totalmente heterogénea, especialmente aquí en Berlín. Creo que si logramos eso, será una situación totalmente distinta”.