El choque entre los servicios secretos estadounidenses y el presidente electo, Donald Trump, por el caso del espionaje electoral ruso, vivió ayer un nuevo capítulo, en el que ambas partes intentaron -en vano-limar asperezas durante una reunión en la Trump Tower. Aunque los precedentes no ayudaban. Primero, por la comprensible dificultad para la cúpula del espionaje de sostener ante el presidente electo que su homólogo de Rusia le había ayudado a vencer, algo que Trump se niega admitir, por mucha simpatía mutua que hayan exhibido ambos interesadamente. Además, el director de la Inteligencia Nacional, James R. Clapper, llegaba al encuentro como cargo potencialmente destituido, según se había conocido la noche anterior, después de haber acusado a Trump de «desprecio» por cuestionar a los servicios secretos de su país. Resultado del juego de filtraciones previas que añadían tensión a la cita, «The Washington Post» desveló horas antes que espías norteamericanos habían detectado en una escucha a altos cargos del Gobierno ruso celebrando la victoria electoral de Donald Trump, poco después de producirse. Asimismo, las escuchas aportan una satisfacción propia por el resultado de sus acciones.
Es el principal argumento de la cúpula de los servicios secretos para probar el intento de Putin de influir en la elección, recogido en el informe que los responsables del espionaje entregaron ayer a Trump. Al término de la reunión, el futuro presidente afirmó que esta fue «constructiva», pero siguió en sus trece al señalar que los ataques informáticos no tuvieron «ningún efecto» en la elección. Trump prometió asimismo que en un plazo de noventa días tras su toma de posesión elaborará un plan para combatir la piratería informática.
En el documento de 50 páginas que los servicios secretos han asumido de forma consensuada, se señala la «alta probabilidad» de la participación directa e intencionada de Moscú, y se detallan algunos nombres de los altos cargos del Gobierno ruso a quienes se escuchó felicitarse por la victoria de Trump.