Cuadragésima Primera Parte
Los ecosistemas más sensibles a los contaminantes son, especialmente, aquellos cuyos elementos están localizados en los límites fisiológicos de tolerancia y donde el proceso de disposición de los contaminantes se encuentra en una fase de cese, bloqueo o disminución.
La sensibilidad de un ecosistema, también, puede deberse a exposiciones previas a otros elementos contaminantes o a la función de una acción sinérgica, de varios productos, que pueden reducir las posibilidades de vías para la eliminación o desintoxicación.
La participación e interacciones entre los ecosistemas y los agentes contaminantes son muy complejas, para ello se establece una clasificación básica de los procesos, en relación a su importancia con respecto a la forma y parte de la sensibilidad.
Los ecosistemas acuáticos son la mejor nuestra, para poder examinar la exposición a la contaminación y a sus efectos. En estos sistemas, los contaminantes se diluyen y se disipan en el medio ambiente, siendo el agua el elemento propagador y distribuidor, y el cual proporciona el contacto íntegro del agente contaminante, con la mayoría de organismos receptores. Lo mismo sucede en las zonas húmedas y los estuarios donde se da una problemática parecida a esta, pues los contaminantes suelen aparecer, inicialmente, en el suelo o en las planta, pero como vemos en el medio acuático, el origen puede ser directo –curtidos, o indirecto (atmósfera o arrastre del medio terrestre).
Los ecosistemas terrestres, ante una agresión por contaminación, sufren los daños de tal forma que aparecen las perturbaciones en el suelo y las cuales pasan a los vegetales, directamente, o surgen en los alimentos. De esta forma, los invertebrados y los microorganismos del suelo, la absorben e ingieren pasando por esta vía al ecosistema. Los organismos que se producen en los niveles inferiores de las cadenas tróficas, producen una transformación metabólica de los contaminantes, que influye, directamente, sobre la persistencia y la exposición.
En relación al proceso más sensible a la contaminación, que es la respiración, esta está sujeta a una amplia gama de perturbaciones que le afectan, fundamentalmente, inhibiéndola; tal como ocurre con la fosforilación oxidativa o con la rotenona cuando, por efectos de ciertos productos químicos o muchos contaminantes atmosféricos, altera el sistema de transporte de electrones.
Los contaminantes, producto del empleo de químicos que alteran la sensibilidad de los ecosistemas, son consecuencia de la asimilación metabólica o biosíntesis, la cual se presta a la interferencia por el uso de estos productos químicos, pues el ciclo de nutrientes, como acción metabólica, tiene la propiedad de la bioacumulación, capacidad necesaria en muchos casos, para mantener la vida, como ocurre con el almacenamiento y la transmisión de las vitaminas; pues en unos casos pueden presentarse problemas como los provocados por los productos orgánicos de acción persistente (plaguicidas) entre otros, que, en principio, no parecen existir alteraciones, pero luego vemos resultados como el de la acumulación de hidrocarburos.
Otra parte es la captura y el aprovechamiento de la energía, por la mayoría de las plantas, al nivel de lograr una mayor productividad primaria a través de la fotosíntesis, que es otro proceso importante y muy influenciable por parte de los contaminantes, sobre todo por productos químicos de origen orgánico, así como también, por ciertos contaminantes atmosféricos que pueden operar por defoliación, por obstrucción o por interferencia.
Otros contaminantes químicos, pueden estar presentes en el proceso de crecimiento y desarrollo de los vegetales, acciones que bien pueden verse sometidas a diversas condiciones tanto a nivel de organismos como de poblaciones y comunidades. Indiscutiblemente, en el ecosistema pueden presentarse situaciones que lleven a agregar diversidad genética y sucesiones ecológicas.
También, es conocido que la reproducción y la productividad de la misma, en el desarrollo, es sensible a innumerables agresiones que comprenden desde perturbaciones de tipo biológico hasta la contaminación producida por productos orgánicos. Esto afecta a la mayoría de los organismos de las biocenosis e incluso pueden presentarse casos de mutaciones. Además, son procesos sensibles a muchas acciones externas, las existencias de los organismos, de las poblaciones y de las comunidades, tanto en los animales como en los vegetales y microorganismos; como por ejemplo los tropismos, en el comportamiento social de muchos insectos.
Como sabemos, hay ecosistemas que son más sensibles que otros en estas acciones, pues la disipación y la dilución de los contaminantes pueden ser consideradas como procesos dentro estos, pues de ellas depende la capacidad de reacción de las biocenosis y ello se fundamenta en las diferentes propiedades de los biotopos y de los propios contaminantes; las propiedades de las superficies, la difusión de gases, la capacidad volátil, el cometabolismo, acción de la luz y la acción del aire, entre otros.
En las especies más resistentes, la vida se aleja de estados de clímax. Se modifica, en parte, su norma de vida ante las alteraciones; por ejemplo, en los vegetales esto se puede manifestar con el aumento en la secreción de ceras, aumentando el grosor de la cutícula, produciendo más resinas, disminuyendo el número de estomas, aumentando el número de tricomas en los vestíbulos de las estomas de ciertas especies; también, los animales, se adaptan a esas situaciones, como sucede con grupos de aves que habitan las zonas urbanas.
Sabemos muy bien que la contaminación es, fundamentalmente, obra del ser humano, debido a actividades como las combustiones, los vertidos industriales y domésticos, tratamientos y desarrollos agrícolas, las actividades nucleares, la provocación de gases, el aumento del efecto invernadero y el calentamiento del planeta; los óxidos de nitrógeno y el monóxido de carbono; los hidrocarburos, el benceno oxigenado, el plomo en los residuos de los combustibles fósiles; la basura y desechos en general, etc., todos estos contaminantes son de suma sensibilidad a los ecosistemas.
El adecuado manejo del medio ambiente exige, no sólo el mantenimiento de las especies, sino además, el logro de una elevada diversidad biológica.
Una vez aceptada la variabilidad de los ecosistemas como factor básico, el lograr la máxima diversidad de las especies es un condicionante de gran importancia en la selección del proceso dinámico. Otra cuestión de principio, ya tratada, es la prohibición absoluta a la introducción de plantas y animales de especies exóticas, pues habían algunos casos en que, dentro de las áreas naturales, existan nichos ecológicos aparentemente vacíos que pretendían llenarse con la introducción de especies exóticas, pero las autoridades y protectores de los parques deben evitar esa fácil tentación, pues los problemas de competencias que se originan y los cambios que se pueden producir, superan en mucho el aparente resultado positivo de mejorar las zonas poco atractivas.
Unas de las más apropiadas definiciones del manejo de recursos, que hemos visto hasta ahora, es la que lo define como el conjunto de actividades encaminadas a mantener con toda la autenticidad posible, y volverlas a crear cuando sea necesario, aquellas condiciones ecológicas que prevalecen dentro del espacio natural protegido, si no existieron influencias, directas o indirectas, del hombre.
Obviamente, entendemos que esta es una valiosa y acertada forma de definición, pues en ella se plantean con claridad, facetas fundamentales como el mantenimiento de la autenticidad, el cual es posible huyendo de objetivos artificiales y reconociendo limitaciones de facto; la posibilidad de restauración de los habitantes, y la más importante, las condiciones ecológicas que prevalecen con lo que se incluye el proceso dinámico, obviando la consecución de un estatus quo.
En fin, cada situación requiere un estudio en profundidad, es decir, una investigación lo más completa posible y una actuación cauta, con un control y seguimiento continuados, pues la sensibilidad de los ecosistemas es muy delicada, por lo que impera el saberlo adecuar a los tiempos en que vivimos y a los cambios permanentes en la forma de vida.